Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

domingo, 9 de abril de 2017

Via Crucis Meditado Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. . "




VIA CRUCIS

Texto de

Romano Guardini

 

Esta devoción nació del corazón del pueblo, de su afán por poner vivamente ante la vista los santos misterios de la Salvación y tomar parte en ellos. Ya los cristianos de la primera comunidad de Jerusalén transitaron el camino que había tenido Jesús que recorrer. Tomaba, así, vida, ante su mirada interna, lo que había sucedido en este camino de dolor. Ellos transmitieron a otros lo que recordaban, y éstos, a su vez, a otros. Y, cuando más tarde llegaron los peregrinos a Jerusalén, se encontraron con una tradición antiquísima que vinculaba a ciertos lugares los acontecimientos más importantes de la Pasión de nuestro Señor. Hacían en dichos lugares su “statio” o estación, término que, en el antiguo lenguaje de la Iglesia, significaba pararse y recordar devotamente algún suceso, y retrocedían con la mente a aquellos días, imaginándose que ellos mismos habían pertenecido a la pequeña y fiel comitiva que había seguido los pasos del Señor y compartido su sufrimiento.

Más tarde surgió en Occidente la idea de plasmar los sucesos del Vía Crucis en imágenes y colocarlas en las iglesias. Se quería, así, hacer accesible este ejercicio de santa evocación a quienes no podían peregrinar a Tierra Santa. Fueron, sobre todo, los franciscanos quienes realizaron este esfuerzo. El Vía Crucis, limitado al principio a las iglesias de esta Orden, fue pronto erigido en todas las ciudades, hasta que, finalmente, se permitió que todas las iglesias y capillas, cumpliendo determinadas formalidades, representaran las catorce “estaciones”.

Tal es el origen del Vía Crucis que hoy conocemos y que siempre tiene algo nuevo que decir al que lo reza. Un día es una estación la que le habla de modo más penetrante; otro día puede ser otra. Algunas escenas permanecen largo tiempo mudas, pero, cuando las despierta alguna experiencia espiritual nueva, empiezan de pronto a hablar al alma. Y si alguien se acostumbra a llevar sinceramente al Vía Crucis experiencias personales, preocupaciones o sufrimientos, recibirá a menudo luz e inesperado consuelo.

Dos enseñanzas nos brinda ante todo esta devoción. En primer lugar, nos enseña a sentir en propia carne lo que el Señor padeció. Caminamos con El, sufrimos con El. Entonces se nos revela qué grande es el amor del Salvador, y qué grande nuestro pecado. Aprendemos a arrepentirnos, y así quiera Dios que recibamos la gracia de una profunda conversión. En segundo lugar, el Vía Crucis es una escuela de superación. Vemos cómo sufre el Señor amarguísimos dolores de cuerpo y alma, pero también cómo los supera por amor al Padre y a nosotros. Y aprendemos a vivir nuestro destino de forma semejante, como una escuela de superación del dolor. Es bueno que el que sigue el Vía Crucis encuentre en las distintas estaciones su propia vida, y vea unidos sus sufrimientos diarios a los del Señor; y así sacar de ahí comprensión y energía para no sólo soportar su dolor, sino incluso superarlo.







Vía Crucis de Nuestro Señor y Salvador

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.



Imagen del Sitio franciscanos
ORACIÓN INICIAL

Señor, Tú has dicho: “Quien quiera ser mi discípulo, tome su cruz de cada día y venga en pos de mí”. Quiero seguir ahora Tus huellas y seguirte en espíritu en Tu camino de dolor. Presenta de modo vivo ante mi alma lo que Tú sufriste por mí. Abre mis ojos, toca mi corazón para que yo vea y descubra hasta lo más profundo cuán grande es Tu amor por mí; que yo me convierta a Ti con toda el alma, a Ti, mi Salvador, y me aparte del pecado que tan amargos sufrimientos Te ha causado.

Me pesan de todo corazón mis pecados. Quiero empezar de nuevo, emprender seriamente el camino y seguirte. Ayúdame a lograrlo.

Ayúdame también a llevar mi cruz contigo. Tu camino de amargura es la escuela de todo dolor, de toda paciencia y abnegación. Hazme conocer en él mi propia indigencia. Enséñame a comprender lo que él me sugiere, lo que debo hacer, precisamente yo y precisamente ahora. Y luego haz que este conocimiento sea vigoroso y fructífero para que yo ajuste a él mis acciones. Así sea.


PRIMERA ESTACION

JESUS ES CONDENADO A MUERTE

Te adoramos Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Se repite esto en cada estación

 

Jesús está ante el tribunal. Los que lo acusan son impostores. El juez es un hombre sin carácter. El procedimiento judicial es un verdadero escarnio de la justicia. Este tribunal declara a Jesús culpable de un gran crimen. El castigo es al mismo tiempo ignominioso y horrible.

¡Y Jesús sabe cuán puras fueron siempre sus intenciones, cuánto ha amado al pueblo y se ha sacrificado por su salvación! La horrenda injusticia y ligereza de este fallo ha de conmover hasta la más recóndita fibra del corazón del Señor.

¡Cómo se sublevaría mi sentimiento de justicia si alguien quisiera castigarme injustamente! ¡Cómo me defiendo yo contra la desgracia cuando pienso que no la merezco! Y eso, a pesar de saber que soy muy culpable.

¡Cómo debe conmover profundamente a Jesús la miserable farsa del tribunal! Pero El calla. Acepta la sentencia voluntariamente porque encierra la santísima voluntad del Padre y porque se trata de nuestra salvación.

Pero todo lo que sucederá después está ya sumergido en la áspera amargura de ser injusto e inmerecido.

Señor, Tú me has precedido y haz trazado el camino. Enséñame ahora a seguirte, cuando llegue mi hora. Si he de escuchar duras palabras de mandato o de reproche, muéstrame cuanto hay en ellas de justo y enséñame a olvidar lo injusto.

Cuando un deber me parezca insoportable, procuraré ver y obedecer en él la voluntad del Padre. Si sobrevienen sufrimientos y me parecen inmerecidos, haz que mi corazón aprenda, como el Tuyo, a someterse a la voluntad del Padre. Y si una clara injusticia se cierne sobre mí, haz que Tu gracia me ayude a callar y a dejar mi justificación en manos del Padre.

En cada estación al terminar la meditación rezamos un Gloria y después:


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo....
Señor pequé, tened misericordia de mí.
Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



SEGUNDA ESTACION

JESÚS TOMA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS


Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Se repite esto en cada estación
 
Ha sido dictada la sentencia. Jesús la ha aceptado en silencio. Ahora acercan la cruz. El reo mismo debe llevarla al lugar del suplicio.

Jesús toma el madero del dolor. No se lo deja cargar pasivamente, sino que lo toma con decisión.

No se trata de una exaltación inconsciente. Lo que se aproxima se presenta al espíritu de Jesús cruel y penetrantemente, en todo su horror. No se llama a engaño. Lo que lo impulsa no es el valor de la desesperación.

Ve en la cruz la misión que el Padre le ha encargado: nuestra salvación. Y su alma está serena y sosegada. Va al encuentro de la cruz y la toma resuelto.

Señor, una cosa es decir “estoy dispuesto a lo que Dios quiera” cuando todo va bien, y otra cosa muy distinta es estar dispuesto de veras cuando llega la cruz. El corazón desfallece, teme, y todas las buenas disposiciones quedan olvidadas.

Ayúdame, pues, a sostenerme cuando sea preciso. La cruz está tal vez ya aquí, o muy cerca. Que venga cuando quiera; mi voluntad firme es estar dispuesto para estos momentos críticos. Hazme fuerte y generoso a fin de que no me lamente ni me oponga a lo que irremediablemente ha de suceder. Quiero mirarlo de hito en hito y reconocer en ello la voluntad del Padre.

 Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



TERCERA ESTACION

JESÚS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ
                                                                                     Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

No ha dormido en toda la noche y nada ha tomado desde la víspera. Lo han arrastrado de una autoridad a otra. Los dolores y la pérdida de sangre lo han debilitado. Ha sufrido el tormento de la villanía de los hombres. El Señor está terriblemente cansado.

La cruz es demasiado pesada para El; la carga excede a sus fuerzas. La lleva un espacio temblándole las rodillas, pero luego tropieza con una piedra, o alguien de la turba le da un empellón y lo hace caer.

¡Qué crueles son los hombres en tales momentos! Risotadas, insultos, golpes, cubren como granizo al caído. Jesús se levanta en cuanto puede, alza penosamente la cruz, la carga sobre sus llagadas espaldas y prosigue su camino.

Señor, la cruz es demasiado pesada para Ti, no obstante, la llevas por nosotros porque el Padre lo quiere. Su peso rebasa tus fuerzas, pero Tú no la arrojas. Caes, vuelves a levantarte sigues llevándola.

Enséñame a considerar que todo sufrimiento verdadero ha de parecer forzosamente alguna vez demasiado pesado para nuestros hombros; no hemos sido creados para el dolor, sino para la felicidad. Todas las cruces de esta vida exceden, alguna vez, las fuerzas del hombre. Y siempre surgen aquellas palabras, embebidas de cansancio y temor: “No puedo más”.

Señor, por la fuerza de tu paciencia y amor, ayúdame a no desesperar en tales circunstancias. Tú sabes cuán pesada puede ser una cruz. Tú no nos tomas a mal que desfallezcamos y nos ayudas para que podamos volver a levantarnos. Renueva mi paciencia, llena mi alma de Tú energía, y podré levantarme, cargar con su peso y proseguir mi camino.
 

Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
 

CUARTA ESTACION

JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
La Virgen ha estado esperando en una encrucijada y se acerca a la comitiva. Nada se dicen la madre y el hijo ¿Qué iban a decir? Están solos en el mundo, a pesar de la gente que se agolpa confusamente a su alrededor. Ambas miradas están entrelazadas, ambos corazones unidos. Sólo Dios sabe cuán inmenso es el amor, cuán profundo el dolor que ambos sienten y que se comunican con la mirada.

¿Quieres detenerte a pensar en el alma de María? Fuerte, sensible, profunda, convertida en ascua de amor. Y aunque el embotamiento y la superficialidad del corazón humano pudiesen llegar a constituirse para una madre en coraza protectora contra el dolor, Ella, la elegida entre todas, la más cercana a Dios, no la tuvo. El dolor traspasaba su corazón hasta lo más hondo.

Fue un instante larguísimo al par que brevísimo. La mirada del Señor dijo luego: “Madre, ha de ser. El Padre lo quiere”. “Sí, hijo, el Padre lo quiere y Tú también. Sea, pues, así”.

¡Oh Señor, amado Señor! ¡Que yo tenga la culpa de esta amargura! ¡Por mí te separaste de tu madre! Señor, no quiero que tu sacrificio sea inútil para mí. Recuérdamelo cuando Dios me llama y el corazón se siente atado por los hombres.

Enséñame a dominar el respeto humano cuando se interpone y pretende cerrarme la boca para que no te confiese a Ti. Enséñame a rechazar los humanos miramientos cuando éstos quieran apararme de mi deber. Pero, Señor, enséñame a realizarlo como Tú lo hiciste: con amor. Sin asperezas ni desabrimiento, sino con indulgencia y delicadeza.

Y estoy seguro de que si, por Ti, me veo obligado a herir el amor, éste quedará fortalecido en Ti. Y lo que pierda por Ti lo ganaré cien veces en Ti.  


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.


QUINTA ESTACION

SIMON DE CIRENE AYUDA A JESUS

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
Por unos instantes, Jesús se ha cobijado en la aureola del amor maternal. Ahora tiene que reanudar la marcha. La crueldad que lo rodea le parece doblemente amarga, la cruz se le hace más pesada. Está solo. Nada pueden hacer los que lo aman. Los que podrían ayudarlo no quieren. Los soldados de la guardia al ver que flaquean sus fuerzas, eligen a un aldeano que regresa del campo. Se llama Simón. Tiene que ayudar a llevar la cruz, pero él se niega. Está cansado; tiene hambre. Quiere regresar cuanto antes a su casa para comer y descansar. ¿Por qué ha de molestarse por un revolucionario? No quiere y han de obligarlo. Toma la cruz iracundo, indignado. ¿Qué clase de ayuda sería ésta?

Jesús está solo, completamente solo en su horrible aflicción. Unicamente el Padre está junto a Él.

Señor, has ayudado a muchos, todos te han abandonado ahora. Y Tú tienes paciencia por mí, para ser mi camino y fortaleza. Cuando esté solo en mi dolor, pensaré en Simón de Cirene.

¡Con cuánta frecuencia se ve abandonado el que está afligido! Está solo en el sufrimiento y nadie lo ayuda; se encuentra solo en la angustia y los demás no lo comprenden. Y si va a su encuentro con su congoja, sus caras le muestran a las clara cuán desagradable les resulta su visita. Los gestos y las palabras proclaman: “¿qué nos importa esto?”

Señor, ponte a mi lado en esas horas amargas. Ayúdame a aceptar, resignado, esta soledad. Aleja de mí la desesperación. He de aprender a no ir enseguida al encuentro de los demás con mis tristezas, y soportarlo todo voluntariamente, solo, contigo.

Y si algún día veo claramente que, en el fondo, todos estamos solos en nuestra angustia que debemos superarla sin ayuda de nadie y que, en lo más profundo, nadie puede ayudar a su semejante, haz que sienta que Tú estás a mi lado. Hazme saber que Tú eres fiel y no me abandonas.


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



SEXTA ESTACION

LA VERONICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESUS

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
El Señor está completamente abandonado. A su alrededor sólo hostilidad, crueldad, indiferencia. Está extenuado de sed y de dolor, cansado de cuerpo y alma, a punto de desfallecer. La Cruz lo oprime horrorosamente. Le parece que va asfixiarse y sus ojos se nublan.

Otro que no fuera El se arrastraría desesperado y no mostraría interés por nada. Si se le hubiese acercado la Verónica para ofrecerle su lienzo, ni siquiera la hubiera visto y hubiera seguido su camino, ciego e indiferente.

Jesús, jadeante bajo el peso de la cruz, tiene, sin embargo, el corazón tan despierto y delicado, que sabe recibir el humilde servicio de la mujer, sabe apreciarlo y lo agradece al modo divino. Enjuga su rostro, y cuando devuelve el lienzo, éste lleva sus santos rasgos impresos en él.

¡Señor, cuán fuerte y sensible es tu corazón! ¡Alma real, noble por encima de toda nobleza, libre entre todas, Tú solo eres libre entre nosotros, esclavos de la vida y del dolor!

Haz que yo también sea libre. Cuando esté sufriendo, ciego, sordo e indiferente hacia los que me rodean, conserva clara mi vista, libra mi corazón del egoísmo tan propio del que sufre. Ayúdame a no pensar siempre en mí mismo. Que no sea yo exigente y me convierta en una carga para los demás, ni llegue a turbar su alegría porque a mí me domine la tristeza. Enséñame a percibir las pruebas de amor, por insignificantes que sean, y enséñame a apreciarlas y agradecerlas.

En tales momentos debo aprender a ser útil a los demás, porque dominaré mi propia angustia más de prisa y fácilmente si acudo presuroso en ayuda de mis semejantes, olvidándome de mí mismo. Enséñame a pensar en ellos y a comprenderlos, a granjearme su confianza, a prodigarles palabras de alivio para consolarlos, animarlos y ayudarlos.  



Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

SEPTIMA ESTACION

JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ
                                                                                                   Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  

Simón de Cirene ha ayudado muy mal. De seguro que ha acabado por marcharse. Jesús vuelve a estar solo entre el pueblo despiadado. Ha tenido que separarse de su madre; sus discípulos han huido; los fieles son impotentes entre la gran multitud. Nadie lo ayuda en su pena. La cruz pesa mucho, pero pesa más ahora sobre su espíritu la ingratitud que lo rodea. Con el más acendrado amor les ha anunciado el reino de Dios. Entre la muchedumbre hay, sin duda alguna, personas a quienes El habrá curado o dado de comer en el desierto. Y ahora todos están contra El, como si fuera su peor enemigo. Es esto lo que lo hace caer por segunda vez.

Pero una gran luz ilumina su alma: quiere salvarlos, precisamente, por lo que ellos le hacen. Vuelve, pues, a levantarse penosamente y prosigue su camino.

¡Señor, si yo pudiera comprender cuán sublime es sufrir por los demás! Todos tus dolores tienen una escondida dulzura porque Tú sabes que de ellos manan nuestra felicidad y salvación. ¿No podría pensar yo lo mismo? ¿No puedo soportar yo todo lo que me acongoja por mis semejantes? ¿Ofrecer, como sacrificio al Padre celestial, junto con tu pasión de Redentor, mis zozobras, mis angustias, mis dolores? Por todos mis seres queridos: esposos, hijos, padres, hermanos… Por todo el sufrimiento del mundo… Por todo lo grande, puro, santo que está en peligro… Por los muchos que yerran y que están en pecado y se han perdido a sí mismos…

¡Si yo pudiera convencerme profundamente de que así mi dolor es una bendición para los demás, que participa de la fuerza del padecer del Redentor, atrae la gracia de Dios sobre otros y ayuda cuando todo socorro humano resulta ya inútil! Sí; el dolor estaría entonces realmente superado, vencido en su raíz más profunda. En lugar de estar descontento, sentiría yo en mi angustia la alegría de ayudar a Dios en su obra de amor y redención.

Señor, yo te lo pido de todo corazón, házmelo comprender. Ensancha y engrandece mi alma para que entienda esta verdad que, de puro profunda, es inefable, e infúndeme amor para realizarla.  


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



OCTAVA ESTACION

JESUS HABLA A LAS MUJERES DE JERUSALEN 

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
También aquí se muestra un prodigio de la generosidad de Jesús.

Cuando pienso lo que El siente… La cabeza, torturada por las espinas; el cuerpo, desgarrado por profundas heridas, agobiado por el sudor acre… Casi se asfixia bajo el peso de la cruz… A su alrededor, sólo odio escarnio, y ante El un terrible final… Si yo estuviera en tal situación desesperada y alguien se me acercara lamentándose a voces y me complaciera con muchas palabras y lágrimas, ¿no se apoderaría de mí una impaciencia loca y desenfrenada?

Pero el alma de Jesús permanece sosegada y libre. Aunque se conmueva la última fibra de su ser a consecuencia del dolor, habla serenamente con las mujeres, cumple su misión aleccionándolas y amonestándolas.

A cada uno le llega algún momento en que le oprime horrible dolor y todo en él palpita bajo su yugo. Los nervios se niegan a obedecer y cuesta trabajo dominarlos para que no nos arrastren. Esta lucha se hace más difícil si el ambiente que nos rodea nos atormenta con su trato insensato y cruel; hay que redoblar el esfuerzo.

Si algún día me encuentro en semejante situación, ayúdame, Señor, a conservar la serenidad. Quiero dominarme nutriéndome de la fuerza de tu paciencia. Quiero ser amable con mis semejantes, incluso con los imprudentes, crueles y groseros. Quiero seguir haciendo mi trabajo serenamente, ejercer mi profesión, aunque me abandonen las fuerzas.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.


NOVENA ESTACION

JESUS CAE POR TERCERA VEZ 

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
Poco después de la segunda caída Jesús vuele a desplomarse. ¿Qué vamos a decir ante esta congoja martirizante? ¿Repetir palabras? Todas sonarían a hueco. Procuremos sentir lo mismo que El padece. Está mortalmente cansado. Pensemos lo que significa caer por tercera vez rodeado de tales gentes.

Las fuerzas lo abandonan. A pesar de ello, vuelve a erguirse, y lleva la cruz hasta el fin. Allí no lo espera la liberación, sino la horrenda muerte.

¡Oh, Jesús, Fortaleza, Tú estás en mí y yo en Ti! He de poder soportar el dolor contigo, aunque crea que ya no puedo más. Contigo he de cumplir con mi deber, aunque sea duro. Ayúdame a no desmayar en la tribulación, a no sustraerme a mi deber. Y si, debilitadas las fuerzas, caigo, ayúdame a levantarme de nuevo. Tres veces caíste Tú, tres veces te levantaste. Enséñame a comprender que no pides que no flaqueemos, sino que volvamos a levantarnos.

Hazme ver que nuestra vida terrena no es más que un continuo volver a levantarse, un constante volver a empezar, enérgico y denodado. 


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

 

DECIMA ESTACION

JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS 

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
Se lo han quitado todo: libertad, amigos, actividad. Ahora le roban el pudor de su cuerpo. Despojado de sus vestidos, lo exponen a la vergüenza. Cualquier insolente puede mirarlo y escarnecerlo. Todos lo ven en su humillación, todos los que antes lo habían venerado como profeta, lo habían celebrado como Mesías; todos, amigos y forasteros, el pueblo entero.

El alma de Jesús es fuerte, profunda, noble hasta lo indecible y delicada. Su sentimiento del honor, muy sensible y despierto. El deshonor se cierne sobre Él como llama devoradora. Pero Jesús, sin embargo, persevera, porque sabe que cumple con la voluntad del Padre.

Señor, recuérdame esta hora amarga cuando se trate de mi honra; cuando se ponga en duda mi buena intención y me atribuyan móviles torcidos; cuando me calumnien y ensucien de barro mi nombre; y, ante todo, cuando los que no me comprendan sean precisamente los que están cerca de mí, y, por tanto, quienes más deberían conocer mis sentimientos.

Por mí has sufrido este escarnio incalificable. Por este tu sacrificio hazme fuerte en las horas de prueba. Dios conoce la verdad; quiero apoyarme en esta convicción y pensar que mi honor está guardado por Dios y que El me justificará en el momento oportuno.

No dejes que se apodere de mí la impaciencia; no permitas que devuelva mal por mal, que riña, juzgue o sospeche de quien ha manchado mi honor. Ayúdame a ser justo y a conservar la serenidad y confiar en ti. 


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

 

UNDECIMA ESTACION

JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ 

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
Es tan horrible lo que ahora sucede que uno quisiera huir para no tener que presenciarlo. Lo clavan en la cruz…, lo levantan… ¡Oh, Señor y Salvador mío…! Yo no tengo ningún derecho a huir; debo quedarme aquí, pues sufres por mí.

Hasta aquí, al menos, Jesús podía andar, moverse, esforzarse. Ahora todo ha terminado. No puede hacer ya nada más que estar suspendido en silencio y soportar el sufrimiento. El dolor de los miembros perforados, de la cabeza y de todas las profundas heridas es cada vez más ardiente; la sed lo atormenta más y más, aumentan el terror y la angustia. No puede aliviarse ni moverse; solo resistir, sentir cómo se le acerca la muerte. ¡Esta gente a su alrededor! ¡El odio diabólico, la burla de sus enemigos, la crueldad de la turba!

¡Oh, Señor, perdóname a mí, pecador! Yo soy culpable de tu agonía. ¡Haz que tu pasión no se pierda para mí; haz que vivan en mí tu divina fuerza y paciencia!

Para todos llega alguna vez el momento en que nada se puede hacer: ni defender el honor, ni aliviar el sufrimiento, ni salir de la angustia. Sobre todo en la enfermedad postrera, cuando se sabe que se acerca el fin y el médico ya nada puede hacer. Entonces se está clavado, nadie nos puede ayudar. Una sola cosa puede hacerse: reunir en Dios el corazón y la voluntad, apoyarse muy firmemente en la voluntad del Padre y soportar el dolor con serenidad, dejando completamente a su albedrío el desenlace propicio o fatal.

Señor, yo sé que cuando llegue esta hora amarga Tú estarás conmigo. La fuerza de tu cruz estará en mí y me fortalecerá. 


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

 

DUODECIMA ESTACION

JESUS MUERE EN LA CRUZ 

Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  
Jesús padece durante tres horas. Al pie de la cruz están su madre y su amigo más amado. “He aquí a tu hijo”, le dice a Ella, y “He aquí a tu madre”, a Juan. Parece desligar de sí el amor de estas dos personas que lo envuelve.

Quiere estar solo. Ha tomado nuestras culpas sobre sí y quiere presentarlas solo a la justicia eterna: nadie lo ha de asistir. Completamente solo debe saldar esta terrible cuenta con Dios. Lo que ocurrió en el alma de Jesús en aquellos momentos, nadie lo sabe.

Clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Nadie acertará a descubrir este misterio de que el Hijo de Dios pueda estar abandonado de Dios. Sólo podemos decir que, hasta ese momento, la proximidad de Dios ha sido el consuelo y el apoyo de su corazón. Ahora, incluso ésta lo abandona.

Despojado de sus vestiduras, está solo, abandonado de todos. Completamente solo, cargado con nuestras culpas, ante la justicia divina. Nadie podrá llegar a imaginarse lo que esto significa. Sólo una cosa lo sostiene: su inmutable fidelidad a la misión que el Padre le ha confiado; su incomprensible amor hacia nosotros. Y en este amor se consume El, hasta que todo esté terminado.

“Todo está consumado”. Yo adoro la infinita justicia de Dios, ante la que comparezco como pecador. Y te adoro a ti, Jesús mío, mi Salvador; porque has respondido por mí. Señor, Tú me has redimido; te doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón.

Me has enseñado también a sobrellevar mi dolor y cómo puedo superarlo por mí mismo mediante el amor. Sólo podré sobrellevarlo si lo acepo como Tú, cual venido de la mano del Padre. Si confío en el Padre y permanezco en El, seré fuerte, aunque todos me abandonen. Y sólo podré superarlo si lo convierto en bendición para los demás, como Tú lo hiciste. Si lo soporto y lo ofrezco al Padre por los que yo amo, por todos aquéllos que quiero ayudar. Mi dolor participará así de la omnipotencia de tu pasión, hará descender la gracia del Padre y prestará ayuda donde nada ni nadie puede hacerlo. Y entonces también me ayudará a mí, al saber que no sufro en vano, sino que mi sufrimiento supone una bendición para otros.

Y si llega el momento en que ya nada pueda hacer y me sienta inútil en el mundo, haré realmente lo más sublime, que es ofrecer contigo, sosegada y gozosamente, mi dolor, mi impotencia e incluso mi muerte por los demás. Señor, sólo así se logra lo que ni la sabiduría humana, ni el poder, ni los bienes terrenos pueden alcanzar; sólo así son realmente vencidos el dolor y la muerte.

 
Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



DECIMOTERCERA ESTACION

JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ                                                                                                   
Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  

El Señor ha acabado de padecer. Está muerto. La obra milagrosa de Dios, esta vida floreciente, llena de todas las energías y riquezas, fuerte, sensible, ha quedado destruida. Humanamente hablando, tenía aún la vida ante sí. ¡Cuánto hubiera podido crear, enseñar, realizar y ayudar Jesús todavía! ¡Qué plenitud de vida divina hubiera podido brotar de su alma si hubiese vivido una larga vida humana!

Todo está destrozado.

Pero ésta es la locura de la cruz. El grano de trigo debía morir para que la mies excelsa surgiera de él, y quienes lo pisotearon en el suelo se constituyeron, sin quererlo, en sembradores de Redención.

Señor, ésta es la respuesta a la amarga pregunta: ¿por qué sufrir? ¿Por qué hemos de padecer, cuando todo nos llama a ser felices y llevar una vida creativa? ¿Por qué hay que morir? ¿Por qué hay que irse cuando no se ha vivido la vida todavía? ¿Por qué hemos de devolver lo que nos es tan querido?

Aquí se estrella la sabiduría humana. Sólo en la cruz está la respuesta “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo”. Todos nuestros sufrimientos, nuestros sacrificios y nuestra muerte son simiente celestial. Al unirnos con la voluntad de Dios surge de aquí vida intensa, tanto para nosotros como para nuestro prójimo. Quiero creerlo, quiero confiar y estar al lado de Dios para que mi vida y mi dolor den fruto eterno. 


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo....
Señor pequé, tened misericordia de mí.
Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.



DECIMOCUARTA ESTACION

JESUS ES SEPULTADO
 
Te adoramos Cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.  

Envuelven el cuerpo de Jesús en lienzos y lo colocan en la tumba de José de Arimatea. Luego cierran la abertura con una pesada losa y regresan tristes a sus casas.

Todo está ahora en silencio. Respiramos aliviados porque ha terminado el terrible sufrimiento. Una profunda paz rodea la tumba solitaria. Es la paz de la consumación. El que duerme allí dentro ha realizado con fidelidad divina todo cuanto el Padre le había encomendado. Ahora descansa de su labor. Alrededor del silencioso lugar nos parece ver, a lo lejos, la gloria pascual.

Los discípulos sienten de diversa manera. Para ellos se ha desvanecido la última esperanza. Para ellos la Pasión y la Muerte del Viernes Santo son el fin. Pero también a ellos pronto se les aparecerá Jesús, resplandeciente de fuerza y de luz, y descubrirán que “el Mesías había de padecer todo aquello para entrar en su gloria”, y que su muerte era el precio de nuestra vida.

¡Oh, Señor, ésta es la fausta nueva anunciada por ti a todos: que después del Viernes Santo viene siempre una Pascua florida, que todo sufrimiento es fuente de bendición, que la misma muerte es semilla de nueva vida para cuantos te siguen!

Enséñame a comprenderlo. Haz que viva en mí esta convicción al llegar las horas de oscuridad. Entonces comprenderé que no sólo puedo soportar el dolor, sino que soy capaz de superarlo. En ti quiero sentirme superior a él y convencerme de que el alma sale fortalecida de cada instante de valiente lucha contra el dolor, y que surge un rayo de luz pascual de la superación de cada noche oscura, y que quien así vive y sufre contigo también participa de tu paz en los momentos de amargura.


Gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.... 
Señor pequé, tened misericordia de mí.



Pecamos Señor y nos pesa, tened misericordia de nosotros.

Y que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

Oracion 

Señor, permíteme ahora salir del sagrado recinto de tu Pasión. Me reintegro a la vida cotidiana. Tú me has enseñado que nuestro padecer no es una sombría servidumbre, contra la cual nos rebelamos en vano o en la cual nos acobardamos o desesperamos.

Me has enseñado de qué modo debo llevar mi cruz: confiando en Dios y por amor a El. También me has enseñado a superar el dolor, ofreciéndolo amorosamente por los demás. Grábame profundamente esta verdad en el corazón para que no la olvide jamás. Haz que reviva en mí cuando llegue el momento de las horas de angustia.

Y como gracia y fruto especial de la meditación de su Sagrada Pasión, te pido lo que te pedía tu santo discípulo el buen Francisco de Asís






Señor, haz de mi un instrumento de tu paz,

donde hay odio ponga yo amor,

donde hay ofensa ofrezca perdón,

donde hay discordia sea yo un vínculo de unión,

donde hay error haga conocer la verdad,

donde hay duda ponga Fe,

donde hay desesperación haga renacer la esperanza,

donde hay tristeza ponga alegría.



¡Oh Maestro! que no busque yo tanto ser consolado como consolar,

ser comprendido como comprender, ser amado como amar;

porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se alcanza el perdón,

y muriendo se resucita a la vida eterna.

Amén.



Terminamos rezando un Padre Nuestro, Ave María y Gloria por las intenciones del Papa.



Imagen del Sitio web catolico Javier





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