Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

lunes, 3 de abril de 2017

"..la Cuaresma es el tiempo fuerte en el que Dios nos llama a subir la escalada que nos conduce a participar de la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, a pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida."




Viviendo la Cuaresma


“La Cuaresma es el tiempo de decir "no”; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido”. Papa Francisco



La Cuaresma que Dios quiere:

Que no te consideres dueño de nada, sino humilde administrador.

Que no te gloríes de tus talentos, sino que con ellos edifiques a los demás.

Que no te creas santo o te creas algo, porque santo y grande es sólo Dios

Que no te deprimas ni te acobardes, porque Dios es tu victoria.

Que vivas el tiempo presente, sin tantos miedos y añoranzas.

Que aprecies el valor de las cosas sencillas.

Que estés abierto siempre a la esperanza.

Que ames la vida y la defiendas.

Que no temas la muerte, porque siempre es Pascua ..







Llamamos Cuaresma a un período de cuarenta días, dentro del año litúrgico, que constituye un tiempo en que nos preparamos para mejor asistir al portentoso milagro de la Resurrección de Cristo. La Cuaresma por tanto no tiene un fin en sí misma y no se la puede entender si no es en función de la Pascua que es su meta. Este es el sentido que le atribuye el Concilio Vaticano II, el de ser un paso, un camino hacia la Pascua.

Estos 40 días preliminares nacen en el siglo IV como preparación para el bautismo de los catecúmenos. Recordemos que en los primeros tiempos del cristianismo la Eucaristía era la única celebración pascual cristiana y recién a mediados del siglo II se fija un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Cuaresma comenzó entonces, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado Santos
(días de ayuno), que con ese Domingo formaron el “Triduo”. Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte)
Recién en el siglo IV, cuando el emperador Constantino se convierte y el Cristianismo pasa a ser la religión oficial del Imperio, se llega a la preparación Cuaresmal de 40 días. En esa época los bautismos no se realizaban en cualquier fecha sino solo en la Vigilia Pascual y los que deseaban recibirlo debían hacer una preparación de 40 días anteriores, “el catecumenado”, que después sería el tiempo de Cuaresma.

El número 40 tiene en la Sagrada Escritura una simbología importante, representa el “cambio”. El diluvio dura 40 días y 40 noches
(pues es el cambio hacia una nueva humanidad). Los israelitas están 40 años en el desierto (es su paso de la esclavitud a la libertad). Moisés permanece 40 días en el monte Sinaí, y Elías peregrina otros 40 días hasta allí (a partir de lo cual sus vidas cambiarán). Jesús ayunará 40 días (porque es el cambio de su vida privada a su vida pública)
Los 40 días de preparación de los catecúmenos también suponían para ellos un cambio fundamental, los habilitaba a recibir su bautismo y a través de él a ser regenerados como hijos de Dios, a un encuentro pleno con el misterio de Cristo y a su inserción en la vida de la comunidad eclesial






Hoy nosotros en Cuaresma lo que estamos mirando es la Pascua definitiva, porque la Pascua de Jesús ha abierto la vía que nos permite alcanzar la vida eterna, plena y gozosa. El don de la gracia que nos regala Jesucristo nos permite también a nosotros alcanzar ese triunfo pascual. Es un derroche de amor de Dios con nosotros. Por eso la nuestra es una fe cierta, con la certeza de una vida definitiva, la de nuestra propia resurrección, y es una fe alegre porque la vida triunfa sobre el mal, sobre la muerte. No debemos olvidar esto cuando a veces nos ofuscamos pensando que nuestros problemas no tienen salida. Dice San Pablo que “No caminamos a la deriva”, nuestra vida es un camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios. El encuentro tanto tiempo esperado.

Miremos mucho a Cristo en esta Cuaresma, El antes de comenzar su misión salvadora se retira al desierto cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió su propia Cuaresma, orando a su Padre, ayunando...y después, salió por nuestro mundo repartiendo su amor, su compasión, su ternura, su perdón. La Cuaresma tiene en su trasfondo espiritual esa imagen bíblica del desierto, porque también rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio... pero al fin el pueblo elegido gozó de esa tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes). Para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte en el que Dios nos llama a subir la escalada que nos conduce a participar de la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, a pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida. Pero esto no quiere decir que Jesús ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado por medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en un carruaje”.


 No es así. Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y nuestra participación en su amor. Es por eso que este tiempo fuerte del año litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra “metanoia”, conversión, es decir un cambio de mente y de corazón que nos vuelva a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), que nos haga crecer en la amistad con el Señor.  
Una transformación a la que somos llamados con la conciencia cada vez más clara de que estamos de paso en este itinerario sobre la tierra


El tiempo de Cuaresma es un camino de conversión, de esperanza, de alegría espiritual porque su meta es la Pascua. Es un tiempo de vuelta al Señor en el que la Liturgia constantemente dice “Este es el tiempo favorable, este es el tiempo de la salvación. No recibamos en vano la gracia de Dios”. Es un tiempo en que Dios está especialmente predispuesto a derrochar su perdón y su misericordia sobre nosotros, casi obstinadamente. Un Dios que obsesivamente quiere perdonarnos, quiere que volvamos a empezar. Es a nosotros a los que más nos cuesta perdonarnos y volver a empezar, pero de parte de Dios está este don de su misericordia y de su amor.

Son días para blanquear y clarificar nuestra vida. Un tiempo que está abierto a la presencia de Dios, Dios que entra en nuestra existencia, irrumpe para salvar al hombre. Esto es lo que en la Biblia se llama KAIROS, un tiempo de salvación en que Dios está abierto de un modo especial a nuestros ruegos. KAIROS es el tiempo perfecto de Dios, un tiempo de gracia, momentos, regalos de Dios, que el hombre tiene que aprovechar.

Por eso Cuaresma es el tiempo propicio para purificar nuestra mirada, para fijar la vista en nuestras faltas, reconocerlas, aceptarlas, asumirlas y abrirnos a recibir ese don del perdón, de la misericordia de Dios, un Dios que carga Él con nuestros pecados, que carga Él con nuestras culpas y las borra, las perdona, que quiere darle al hombre la gracia de un volver a empezar, de un recomenzar. En términos bíblicos de un volver a nacer; de un empezar a ver con ojos nuevos, es un cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne; es un crucificar nuestra vida vieja, clavando en la cruz hasta las raíces del pecado; es un morir con Cristo, para resucitar con él. Sin muerte no hay resurrección; si no nos convertimos, no podemos celebrar la Pascua.

El tiempo de Cuaresma que inicia el Miércoles de Ceniza concluye inmediatamente antes de la Misa vespertina del Jueves Santo en la que rememoramos la Cena del Señor. Durante este tiempo no recitamos ni cantamos el Aleluya que precede al Evangelio, ni se lo dice en ninguna antífona o expresión que lo pueda contener, tampoco cantamos ni recitamos el Gloria. Por su parte la ambientación sobria y austera del templo refleja el carácter penitencial de la Cuaresma, quedando prohibido adornar con flores el altar y en lo que hace a los instrumentos musicales solo se los permite para sostener el canto. Se excluyen de esta prohibición el 4º domingo de Cuaresma y las solemnidades que puedan celebrarse en su transcurso. El color de los ornamentos litúrgicos a lo largo de este tiempo es el morado o violeta, aunque el 4º domingo puede utilizarse el rosado.

La razón por la que se da un tratamiento de excepción al 4º domingo de Cuaresma radica en la visualización de la cercanía de la Pascua. Este domingo recibe el nombre de “Laetare", cuya traducción es “Alégrate”, debido a que esta es la primera palabra de la antífona con la que ese domingo se inicia la Misa: Alégrate, Jerusalén, y que se congreguen cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad
(Is. 66, 10-11). Como se ve la liturgia de este Domingo se ve marcada por la alegría, pues se acerca el tiempo de vivir nuevamente el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor

Durante el tiempo de Cuaresma, según el Derecho Canónico, los mayores de 14 años deben guardar abstinencia de carne los viernes, la que puede ser sustituida, según libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas: abstinencia de bebidas alcohólicas, o una obra de piedad, o una obra de misericordia. Por su parte el Miércoles de Ceniza debe guardarse ayuno y abstinencia. Este ayuno resulta obligatorio para todos los mayores de edad
(18 años) y hasta que hayan cumplido los 59 años y consiste en hacer una sola comida al día, aunque es permitido tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche. Entre las comidas sólo se pueden tomar líquidos. Se excluyen de la obligatoriedad del ayuno y la abstinencia, aparte de los que ya lo están por su edad, quienes tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a bebés, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando enemistad, o quienes afrontan la imposibilidad física de mantener el ayuno.

Como habíamos visto la Cuaresma da comienzo el miércoles de Ceniza, día especialmente penitencial, en el que los cristianos manifiestan el deseo personal de conversión a Dios a través del rito de la imposición de las cenizas, que se realiza en la frente en forma de cruz. El gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal.

La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar dentro de la Misa, después de la homilía; aunque en circunstancias especiales se puede hacer dentro de una celebración de la Palabra. La ceniza procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior, siguiendo una costumbre que se remonta al siglo XII. Para entender bien el mensaje de esta acción o gesto litúrgico, es bueno que nos fijemos en cada una de las dos expresiones por las que puede optar el sacerdote o ministro sagrado al imponernos la ceniza:

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”
(Gen 3, 19). Es parte de lo que Dios les dice a nuestros primeros padres cuando los expulsa del paraíso. Es consecuencia y castigo del pecado y Dios quiere que sea para ellos un recuerdo que les ayude a no volver a pecar. También hoy la ceniza debe recordarnos a nosotros que somos carne débil y que estamos continuamente amenazados de muerte.
La ceniza que se nos impone sobre nuestras cabezas nos dice que también nosotros, que ahora somos árboles vivos, seremos, más pronto o más tarde, cuerpo y carne destruidos.

“Conviértete y cree en el Evangelio”. Hace ya algunos años que la frase del Génesis es sustituida, generalmente, por la frase con la que, según el evangelista Marcos, Cristo comienza su predicación en Galilea: Arrepiéntete y cree en el evangelio
(Mc 1, 15).
 Esta frase está, sin duda, más en sintonía con la espiritualidad que queremos vivir en nuestro tiempo. No es el temor y el miedo a la muerte lo que nos lleva más directamente al arrepentimiento; es el ejemplo de Cristo y el amor de Dios que, por Cristo, se derrama en nuestros corazones, lo que nos anima a convertirnos en fieles y verdaderos seguidores de Jesús de Nazaret, porque no queremos ser cristianos hijos del temor; queremos ser cristianos hijos del Dios Amor.

“En este tiempo de gracia que hoy comenzamos, fijemos una vez más nuestra mirada en la misericordia del Padre. La cuaresma es un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca aplastarnos o rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de Dios. La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas, con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro. Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón. El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida”. Estas son palabras recogidas de la homilía del papa Francisco en la santa Misa del pasado miércoles de Ceniza.

Para vivir con intensidad el itinerario cuaresmal resultan instrumentos adecuados el ayuno, la oración y la limosna. Pero debemos tener especial cuidado de no convertirlos en prácticas desprovistas del espíritu que los distingue como signos de nuestra conversión y seguimiento fiel de Jesucristo



AYUNO: Nuestro ayuno cuaresmal puede ser rutinario y el ayunar por ayunar no tiene sentido y no hace a la gente mejor, sobre todo en un mundo en que muchos ayunan no porque es Cuaresma, sino porque no tienen qué comer. El ayuno que Dios quiere es aquel que va acompañado por el “ayuno de pecados”, es decir, ayunar de odios y rencores, de las críticas al prójimo, de nuestro propio egoísmo que no nos permite ver en el otro un don; de ser esclavo del consumo, del placer, del poder, del tener; de comerse el pan de los pobres; de permanecer impasibles frente a las injusticias, de aquellas cosas que nos hacen perder el tiempo y disminuyen nuestra libertad: ayuno de televisión, de Internet, de tabaco, de materialismo…

No hagamos de nuestro ayuno un gesto exterior como hacían los fariseos. No creamos que es el comer o el ayunar lo que importa, el ayuno es un “signo de conversión” no es “la conversión”. Lo que hace verdadero el ayuno es el espíritu que lo acompaña, lo que interesa es cambiar el corazón. Si pasar hambre fuera una bendición, serían benditos todos los hambrientos de la tierra y no tendríamos porque preocuparnos. 

«Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande». San Juan Crisóstomo.

ORACIÓN: La oración es estar con Dios. Como dice Sta. Teresa de Jesús, la oración no es otra cosa “sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Quien está a solas y en silencio con Dios, se deja hablar e interpelar por Él. Dios nos creó para Él y por eso nuestro corazón solo estará pleno y feliz cuando esté habitado por Dios. Nuestro corazón tiene una necesidad de infinito, de eternidad, las cosas finitas, las cosas que pasan, que terminan acá, no alcanzan para colmarlo porque fuimos creados para la eternidad. Esa sed de eternidad, de infinitud, la saciaremos en la medida en que encontramos en nuestro corazón a Dios, en la intimidad de la oración.

El cristiano no ora sólo para llamar a Dios en su socorro sino que, ante todo, tiene necesidad de expresarle su alabanza, su admiración, su reconocimiento, la alegría de estar unido a Él y de implorar su perdón. Pero al mismo tiempo que nosotros nos abrimos a Él, Dios se revela a nosotros; responde a nuestras invocaciones y nos pide que acojamos las suyas. La oración nos hace entrar así en su pensamiento y nos permite exponerle filialmente nuestras necesidades. Es un diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Cuando la oración baja así de la mente y de la boca al corazón, es el Espíritu Santo el que está orando en nosotros.

La oración sincera es la que sale de un corazón que siente que está comunicado con su Padre Dios. La primera recomendación que hace Jesús sobre cómo aprender a comunicarnos con Dios, es que la oración debe nacer del corazón, debe ser auténtica. En realidad, lo que a Dios le interesa es la actitud del corazón y no la elocuencia en las palabras y mucho menos las palabras vacías dichas mecánicamente. Por eso el papa Francisco advierte que la oración que es solo fórmula sin corazón, es una tentación que el cristiano siempre debe evitar para llegar a elegir "la mejor parte":



LIMOSNA: La palabra limosna está un poco devaluada. No se trata de dar unas monedas para tranquilizar nuestra conciencia sin saber a quién se la damos, ni si hacemos bien al darlas. Se trata de tener un espíritu solidario, de compartir lo que tenemos con los más necesitados.

La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y luego todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas y la tenemos en castellano como «limosna».

En la Sagrada Escritura «limosna» significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia», esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. Al respecto decía San Agustín: «¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración»: la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismo; y, finalmente, la limosna como apertura «a los otros». Sólo con una actitud total –en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo– el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.

La limosna así entendida no se reduce solo a colaborar con lo material, lo pecuniario, la limosna tiene que ir más allá, compartiendo nuestro tiempo, nuestras cualidades, capacidades; enseñando al que no sabe; curando a los que están enfermos en su cuerpo o en su espíritu; haciéndonos cargo de los que sufren el azote de la droga o ayudando a prevenir la caída de tantos; dando amor al que está en soledad y no sólo al que se nos acerca; compartiendo alegrías; repartiendo sonrisas; ofreciendo nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La limosna es la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismo. Significa la actitud de apertura y caridad hacia el otro.”.

Esta apertura a los otros que se expresa con la «ayuda», con el «compartir» con el don interior ofrecido al otro, llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión. La «limosna» entendida, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo, en nuestra conversión a Dios. Si falta esa limosna, nuestra vida no converge plenamente hacia Dios.



Finalizando este encuentro tengamos presente las palabras del Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma 2017:

“Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor, que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador, nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.

Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua”.






ORACIÓN FINAL

¡QUE NO TE PIERDA, SEÑOR!

Sales a mi encuentro, tiempo de gracia y de cuaresma,

para hacerme comprender que, mi vida sin Dios,

es paja que lleva el viento.

Venís a mi encuentro, días de gracia y de perdón,

para hacerme sentir que no estoy sólo,

que Dios me acompaña en mí caminar

que, cuando vuelvo los ojos hacia Él,

no hay reproche alguno sino indulgencia plena.

¡QUE NO TE PIERDA, SEÑOR!

Porque, a veces Señor, decimos tenerte y no te conocemos

Decimos quererte, y nos resistimos acompañarte con tu cruz

Decimos ser de los tuyos, y volvemos la cara.

¡QUE NO TE PIERDA, SEÑOR!

Para que, cuando llegue junto contigo

al final del Gólgota,

sepa valorar el esfuerzo de mi CONVERSION

El alimento de mi ORACIÓN

El rédito del silencio de la CARIDAD

La hermandad del PERDON dado y recibido

¡QUE NO PIERDA, DE VISTA TU PASCUA, SEÑOR!

P. J. Leoz

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