Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

sábado, 2 de abril de 2016

" La Resurrección de Jesús que celebramos en todo este Tiempo Pascual, es lo que abre a la humanidad un destino completamente distinto, un modo de existir nuevo, un nuevo modo de vida, podemos decir que estamos ante una nueva creación..."






LA RESURRECCIÓN Y EL TIEMPO PASCUAL





En un parque de Lahore, Pakistán, un atentado suicida ha causado al menos 72 muertos, la gran mayoría mujeres y niños cristianos, y más de 340 heridos. El ataque suicida con bomba se produjo la tarde del Domingo de Resurrección a una hora en la que se encontraban cientos de familias cristianas celebrando la Resurrección y el final de la Semana Santa.

Con las palabras del papa Francisco recordemos a nuestros hermanos en la fe víctimas de tan espantosa masacre.




Oremos


“Que la Pascua del Señor suscite en nosotros, de manera aún más fuerte, la oración a Dios a fin de que se detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y para que en el mundo puedan reinar el amor, la justicia y la reconciliación. Oremos todos por los fallecidos en este atentado, por sus familiares, por las minorías cristianas y étnicas de aquella nación:


Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.





El inicio de esta charla estaba programado con el tradicional saludo de ¡Felices Pascuas! y pese a que resulta dificultoso hacerlo ante el dolor de nuestros hermanos, creo conveniente dejarlo descansar junto con nuestra oración en el regazo del Padre Eterno y comenzar como lo teníamos previsto. Tal vez resulte extraño que todavía hoy, viernes posterior a la Pascua de Resurrección, nos saludemos con un ¡Felices Pascuas! Es que la celebración de la Resurrección de Nuestro Señor no está constreñida solo a ese domingo sino que se prolonga a lo largo de un período de cincuenta días que llamamos Tiempo Pascual, el que culmina con la fiesta de Pentecostés. Son días que se celebran con alegría y gozo ya que son considerados como una prolongación del de Pascua, y esto es más notable en los primeros ocho, llamados la octava de Pascua, donde cada día es celebrado litúrgicamente como solemnidad del Señor. Durante toda esta primera semana que estamos transcurriendo nos acompaña más intensamente el clima gozoso de la Resurrección para ayudarnos a entrar en el misterio, para que su gracia penetre en nuestro corazón y en nuestra vida, para que nuestra existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección.





Pascua es la más antigua y la más grande de las fiestas cristianas; más importante incluso que Navidad. La celebración de la Vigilia Pascual constituye el corazón del año litúrgico, es el triunfo de la vida sobre la muerte; es la fiesta del renacer y de la regeneración. Es que con la resurrección de Jesús adquiere sentido toda nuestra religión. Somos cristianos porque Cristo resucitó y como cristianos no solo estamos celebrando la resurrección de Cristo, la cabeza, sino también la nuestra, la de sus miembros, que compartimos su misterio. Por la fe y el bautismo somos introducidos en el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor y es por eso que cuando celebramos la resurrección de Cristo estamos celebrando también nuestra propia liberación, porque en Él también todos nosotros hemos resucitado, hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor.




Ésta es la buena noticia que estamos llamados a anunciar a los demás y en todo lugar y que impregna nuestro saludo de ¡Felices Pascuas!

Es en la Resurrección que encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar? Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros que después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre. Creer que la vida no acaba, que hay una vida plena después de la muerte, eso es lo que a nosotros nos caracteriza y por eso nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

Es que la Resurrección de Jesús nos involucra a todos, nuestra vida cambia, todos quedamos envueltos en esta victoria sobre la muerte. La Resurrección de Jesús que celebramos en todo este Tiempo Pascual, es lo que abre a la humanidad un destino completamente distinto, un modo de existir nuevo, un nuevo modo de vida, podemos decir que estamos ante una nueva creación. Hay una unidad entre la Creación primera y la Resurrección de Cristo que es nuestra nueva creación, la Redención. No solamente la primera ha quedado cualitativamente envejecida por la Resurrección sino que también el tiempo del hombre ha cambiado, es un tiempo de gracia.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14) Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios. Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido. Por eso la Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener “cara de resucitados”, demostrar al mundo nuestra alegría porque la fe en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha traído es el don más bello que el cristiano puede y debe ofrecer a sus hermanos.



El Papa Francisco durante la celebración de la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, pidió a los fieles no dejarse vencer por los miedos, la tristeza y la desesperanza diciendo: Abramos al Señor nuestros sepulcros sellados, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos.

Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida. Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado»; Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará. Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones.

Es muy importante que tengamos siempre presente que a partir de la resurrección de Cristo, del misterio Pascual, siempre que hay muerte, hay resurrección. Cristo no murió y quedó muerto, el Padre lo resucitó. Por eso el misterio pascual es uno, por eso al Triduo Pascual debemos contemplarlo como una unidad, por eso el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección no se pueden separar.


Jesús muere no para quedar muerto sino para resucitar, para que el Padre lo resucite y así siempre que hay muerte hay resurrección y lo digo de una manera general, hablando también de las pequeñas muertes que cada cristiano tiene que afrontar en su vida diaria. A veces cuando hay una pequeña muerte, cuando perdemos alguna cosa pequeña o grande, es Dios que se está abriendo camino, para que en nuestro corazón nosotros tengamos lugar para Él, hay que verlo desde los ojos de la fe, y cuando le aceptamos a Dios esa muerte y no tenemos los brazos en alto luchando contra lo que Dios nos pide, Dios nos resucita, nos alza en sus manos. La genuina aceptación cristiana brota del convencimiento de que el hombre no termina por conocer lo que le conviene a su experiencia vital y que sólo el Padre sabe lo que necesitamos y en su amor infinito -que jamás reprocha ni castiga- nos da siempre lo que es bueno para nuestra alma, aun cuando “en la boca nos sea amargo como la hiel”.


Todo sufrimiento es como una muerte, es morir a algo y nadie quiere morir, fuimos creados para la vida. Lo que nos hace pasar por arriba ese sufrimiento es ver que al aceptarlo, descansándolo en las manos de Dios, es una muerte para la vida, es un llamado a la plenitud de la vida, que va más allá de la existencia terrenal, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Todos los que estamos aquí tenemos una cruz en nuestras vidas, grande, pequeña, y esa es la cruz concreta de nuestra vida. La Cruz de Cristo nos redimió pero ésta, la nuestra, también nos redime. Cuando nosotros rechazamos de plano el sufrir, nos escapamos de la mano de Dios y Él no puede resucitarnos. Por supuesto que siempre podemos pedirle al Padre lo que anhelamos, y que El también siempre nos ha de escuchar aunque, tal vez, en lugar de darnos lo que le pedimos nos da otra cosa, algo mejor, que como no estamos abiertos al tiempo no somos capaces de conocer. Este es el sentido de las palabras de Pablo en la Carta a los Hebreos cuando refiriéndose a Cristo dice: “El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión”
(Heb 5, 7).Y es escuchado porque si bien el Padre no lo salva de la muerte, lo salva de otra manera, dándole un “plus”, la Resurrección. Por eso cuando pidamos, sepamos entregarnos -de antemano- al designio divino, tal como nos enseñó Cristo en la hora trágica y sublime del Getsemaní:
“Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad y no la mía” pues todos nuestros grandes y pequeños sufrimientos, en Cristo adquieren una dimensión de realeza si sabemos aceptar el sufrimiento y sufrir como Él. A veces Dios espera nuestra pequeña disposición y ya nos resucita. Cuando nosotros queremos tener todo en nuestras manos, nos escapamos de la mano de Dios y Él no puede resucitarnos. Es muy importante, porque la Resurrección en el final de los tiempos va a ser eso, si no resucitamos acá en nuestra tierra, no vamos a saber resucitar en el Cielo cuando Dios nos llame para resucitar. Un Padre decía que la Resurrección va a ser un acto de obediencia, Dios nos va a llamar a cada uno y nos va a resucitar. Si no obedecemos en la tierra, no vamos a escuchar, no vamos a saber reconocer que Dios no está llamando a resucitar. Este tiempo pascual es empezar a vivir ahora lo que va a ser la plenitud del tiempo en el Cielo.

El hombre fue plasmado por las manos de Dios, en el Génesis el Señor dice y las cosas son, dice hágase la luz y la luz se hace, etc., cuando Dios crea al hombre toma barro y lo modela con sus manos, cada hombre tiene las huellas digitales de Dios, una marca absolutamente original e irrepetible que cada uno tiene. Por su parte, en el Bautismo Dios nos sella con un sello inconfundible y personal que también para cada uno es único, que es la marca de la Pasión, la de Cristo. Se nos unge con el óleo perfumado para que Dios sienta el perfume de Cristo en la creatura, para que cuando Dios se acerque huela el mismo perfume que tiene Cristo. Por eso es de un carácter indeleble, porque nosotros la podemos olvidar, pero Dios no, es una marca inconfundible que tenemos en nuestra alma y nuestro corazón.

Cada vez que pensamos que Dios no nos escucha, que si no nos conoce; el Señor nos conoce más que un pastor a sus ovejas, el Señor nos conoce por esa huella digital que al crearnos ha dejado en nosotros, y nos conoce por esa marca y ese aroma del Bautismo. Si en los pastores ocurre eso respecto de sus ovejas, cuanto más el Señor nos reconocerá. Por eso en este tiempo pascual no es importante lo que nosotros hacemos sino lo que Cristo obra en nosotros, lo que Cristo hace en nosotros cada vez que nosotros, de alguna manera, consentimos y aceptamos morir y resucitar con Él.


San Ireneo dice: “Dios nos modela con sus manos y cuando sufrimos, no es que Dios nos haga sufrir, Dios nos está dejando de vuelta sus huellas digitales”. Todos quisiéramos estar acabados y Dios no, Dios nos va modelando a lo largo de la vida para que tengamos con El otra relación. Se acuerdan cuando Dios le pide a Abraham su hijo Isaac, después de la prueba Abraham tiene una relación con Dios que no hubiera podido tener nunca antes de ella, antes de haberle dicho que sí a Dios, te ofrezco mi hijo, mi hijo único, el hijo de las promesas. La Virgen con su Hijo en la Cruz se debe haber preguntado: “Dios me hizo un montón de promesas en este Hijo que iba a ser el Salvador y ahora está crucificado”. Sin ese dolor de ver al Hijo crucificado la Virgen no hubiera tenido esa relación tan profunda con el Señor, como la tuvo.


A nosotros nos pasa lo mismo, Dios a veces nos va guiando por senderos escarpados, porque quiere darse de una manera nueva, que antes no podríamos haber tenido con Él, la cuestión es darnos cuenta. No digo que sea fácil, no es fácil para nadie, a nadie le gusta sufrir, a Jesús tampoco le gustó sufrir, pero de alguna manera el sufrimiento fruto del pecado, nos da una hondura y un esqueleto espiritual que a veces nos falta. Entonces el Señor que se nos quiere dar plenamente, con una mayor prodigalidad, está más presente cuando sufrimos. Recuerden el cuento de las huellas en la arena, que no es más que eso, un relato, pero que resulta muy significativo, el Señor cuando estamos sufriendo, muriendo, nos tiene en sus brazos. La cuestión es descubrirlo, la cuestión es entrar como entró Jesús, en ese camino pascual, para que Dios nos resucite.





Jesús resucitado es ahora alguien fuera de este mundo. Alguien que domina al mundo, que no está envuelto por el cosmos, sino que es Él quien envuelve al cosmos. Aparece como alguien que ha traspasado el tiempo y el espacio.

Parece que los evangelistas tuvieron mucho interés en señalar este doble filo de su existencia, le pintan como alguien que al mismo tiempo perteneciera a la historia y la superara, que posee una vida soberana y superior y que, cuando entra en la historia, lo hace de manera discontinua, sin someterse al tiempo de esa misma historia. Por eso la fe Pascual de los primeros cristianos insiste tanto en la unión entre muerte y resurrección. Esa “y” parece el centro del mensaje. El Nuevo Testamento no concibe a un Jesús que muere “como el que se va” y resucita “como el que regresa”. Muerte y resurrección no son dos movimientos contrarios. Jesús muere “hacia” su resurrección. Y resucita “desde” su muerte.

Asimismo es bueno abundar sobre ese otro aspecto fundamental de la Resurrección: Lo que tiene de salvación para el resto de la humanidad. Porque como ya lo hemos visto precedentemente la resurrección de Cristo no termina en Él. San Pablo presenta ese triunfo como una “primicia” puesto que por un hombre ha venido la muerte al mundo
(1 Cor 15:20,23) y también por un hombre, Cristo, serán llevados todos los hombres a esa Vida que Él inauguró.

La resurrección de Jesús no sólo representa las demás resurrecciones sino que las precede, las inaugura. Porque la resurrección de Jesús no termina en Él. Jesús realiza en su Resurrección la humanidad nueva.

La realiza y la inicia. Porque sigue resucitando en cada hombre que al incorporarse a esa Resurrección, entra a formar parte de esa humanidad nueva que la muerte no vencerá.

Por todo ello la resurrección de Jesús es el centro vivo de nuestra fe. Porque ilumina y da sentido a toda la vida de Cristo. Hablar de su triunfo sobre la muerte es hablar de “nuestra” resurrección. Es dar la única respuesta al problema de la vida y de la muerte de los hombres.

No quisiera terminar esta charla sin antes dar un panorama general de este tiempo pascual, el más fuerte de todo el año, que inaugurado en la Vigilia Pascual se celebra durante siete semanas hasta Pentecostés, constituyendo lo que conocemos como “cincuentena pascual”. Aunque la liturgia insiste mucho en el carácter unitario de estas siete semanas, los ocho primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como solemnidad del Señor .Esta semana
(llamada en el rito romano "Semana in Albis"), surgió en el siglo IV por el deseo de asegurar a los bautizados en la Vigilia Pascual una catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. Ellos llevaban durante toda esa semana las albas o vestiduras blancas que habían recibido como señal de pureza la noche de Pascua después de su bautismo, de las que se despojaban el sábado anterior al domingo que cerraba la octava y era conocido como domingo in Albis,
domingo que en el año 2000 el papa san Juan Pablo II instituyó como el día de la Divina Misericordia


Dentro de la Cincuentena Pascual se celebra la Ascensión del Señor, ahora no necesariamente a los cuarenta días de la Pascua, sino el domingo séptimo de Pascua, porque la preocupación no es tanto cronológica sino teológica y la Ascensión pertenece sencillamente al misterio de la Pascua del Señor. Concluye este tiempo en Pentecostés con la donación del Espíritu Santo que se celebra el domingo VIII de Pascua.

La característica más destacada del tiempo pascual es la alegría. La música, el canto, las vestiduras, las lecturas y otros textos, todo en él está orientado a expresar los sentimientos de júbilo. Tal exuberancia encuentra su punto culminante en la aclamación "Aleluya" que dejada de lado a partir de la Cuaresma, no solo vuelve a la liturgia sino que la oímos repetir constantemente durante los cincuenta días. Aleluya es una palabra de origen hebreo que significa sencillamente "alabanza a Dios" y es el heraldo de la buena nueva de la resurrección. También regresa el rezo del Gloria a la liturgia dominical y a las solemnidades.

El Cirio pascual, que se había encendido por primera vez en la Vigilia Pascual -símbolo del Cristo luz, venciendo la oscuridad y la muerte-, habrá de permanecer encendido en cada una de las celebraciones de este tiempo. Por supuesto que también regresan la música y los cantos, señal de la alegría, así como las flores que vuelven a adornar los altares. El blanco, símbolo de la vida, la esperanza y la pureza, es el color de los ornamentos utilizados en la cincuentena.

Las lecturas de este tiempo son todas del Nuevo Testamento, ya no se necesita el Antiguo Testamento más que para confrontar que las antiguas profecías se cumplen en Cristo .Si nos atenemos a las lecturas evangélicas de esta primer semana veremos que recorren escenas en las que aparece Jesús resucitado interactuando con los primeros testigos. Así en el domingo de Pascua y en su octava, advertimos que los evangelios de cada día nos relatan las varias manifestaciones del Señor resucitado a sus discípulos: a María Magdalena y a las otras mujeres, a los dos discípulos que iban camino de Emaús, a los apóstoles en el mar de Tiberíades, así como las apariciones del Resucitado en la tarde del día de Pascua y ocho días después.

Estas manifestaciones visibles del Señor, tal como las registran los cuatro evangelistas, pueden considerarse el tema mayor de la liturgia de la palabra.

Recordemos que los Apóstoles y los discípulos se dispersaron y huyeron durante la crucifixión. Los once apóstoles dudaron de la divinidad de Jesús en los últimos momentos de su vida terrena porque no tenían ningún punto de referencia o de comparación para creer en ella, solamente tenían la palabra del hombre Jesús, que predicando y haciendo milagros los había invitado a creer en El como el Hijo de Dios; luego vino su muerte y con ella la desilusión total. Estaban llenos de temor y no recordaron las predicciones de Jesús sobre su muerte y su resurrección. Pero después el panorama cambia, Jesús que había quedado oculto tras el misterio de la muerte, se deja ver, se hace visible, se vuelve a encontrar con los suyos. Se trata de un encuentro cuya iniciativa no está en los discípulos sino en Jesús. Es el mismo Jesús vivo el que interviene en sus vidas, se les hace presente y se les impone lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad. Se trata de un acontecimiento que ha transformado totalmente a los discípulos.

Aquellos hombres que se resistían a aceptar el mensaje de Jesús, comienzan ahora a anunciar el Evangelio con una convicción total. Aquellos hombres cobardes que no habían sido capaces de mantenerse junto a Jesús en el momento de la crucifixión, comienzan ahora a arriesgar su vida por defender la causa del Crucificado. Es que el Señor no solo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado. Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
(Mt 28, 20).


La comunidad creyente no se siente huérfana ni en aquellos tiempos ni ahora, porque éstas son también las formas en que nosotros vemos a Jesús resucitado. El Resucitado camina con nosotros como “jefe que nos lleva a la vida”
(Hch. 3, 15). Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18, 20), saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27), dejarnos alimentar por Él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31), saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).

La resurrección de Cristo es la mejor noticia que podíamos recibir los hombres. Ahora sabemos que Dios es incapaz de defraudar las esperanzas del hombre que le invoca como Padre. Dios es Alguien con fuerza para vencer la muerte y resucitar todo lo que puede quedar muerto. Dios es Alguien que no está conforme con este mundo injusto en el que los hombres somos capaces de crucificar al mejor hombre que ha pisado nuestra tierra. Dios es Alguien empeñado en salvar al hombre por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.


Ya el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. La vida no es un enigma sin meta ni salida. Conocemos ya de alguna manera el final. A la vida crucificada vivida con el espíritu de Jesús, solo le espera la resurrección. Todos aquellos que luchen por ser cada día más hombres, un día lo serán. Todos aquellos que trabajen por construir un mundo más humano y justo, un día lo conocerán. Todos los que, de alguna manera hayan creído en Cristo y hayan vivido con su espíritu, un día sabrán lo que es VIVIR.



“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá.

Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11, 25)



ORACION FINAL
¿Dónde estás, Señor?

Yo tengo ojos, pero no te veo.

Yo oigo, pero no te escucho.

Yo te busco, pero no te encuentro.

¿Dónde estás, Señor?

- Yo estoy, donde tú no quieres estar,

donde tú no quieres ver,

donde tú no quieres escuchar,

donde tú no quieres perdonar.

Tú no me encuentras,

porque te buscas sólo a ti,

tu estima, tus seguridades,

tus satisfacciones, tus recompensas.

Tú me encontrarás, cuando decidas

no pensar en ti, sino en Mí.

Porque yo estoy en ese lugar,

donde te he salvado:

EN LA CRUZ.

Allí me encontrarás,

allí encontrarás mi amor y mi misericordia.

No temas.

Yo te espero

y tú conmigo serás feliz.


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