Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

domingo, 5 de junio de 2016

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.

"Si me distraigo, la Eucaristía me ayuda a recogerme. Si se ofrecen cada día oportunidades para ofender a mi Dios, me armo cada día para el combate con la recepción de la Eucaristía. Si necesito una luz especial y prudencia para desempeñar mis pesadas obligaciones, me acerco a mi Señor y busco Su consejo y luz" Santo Tomas Moro






ORACION DE
SANTO TOMÁS MORO

Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en Ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza.

Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.

Dame buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.

Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.




Santo Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica, graduándose de la Universidad de Oxford en abogacía. Su carrera en leyes lo llevó al parlamento. En 1505 se casó con su querida Jane Colt con quien tuvo un hijo y tres hijas. Jane muere joven y Tomás contrae nuevamente nupcias con una viuda, Alice Middleton.

Hombre de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos.

En 1516 escribió su famoso libro "Utopía". Atrajo la atención del rey Enrique VIII quién lo nombró a varios importantes puestos y finalmente "Lord Chancellor", canciller, en 1529. En el culmen de su carrera Tomás renunció, en 1532, cuando el rey Enrique persistía en repudiar a su esposa para casarse, para lo cual el rey se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la iglesia anglicana bajo su autoridad.

Santo Tomás pasó el resto de su vida escribiendo sobre todo en defensa de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo el obispo y santo Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad que es lo civil pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia. Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en que la gran mayoría cedía ante la presión del rey por miedo a perder sus vidas. Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio ya que fueron encerrados en La Torre de Londres. Catorce meses mas tarde, nueve días después de la ejecución de San Juan Fisher, Sto. Tomás fue juzgado y condenado como traidor. El dijo a la corte que no podía ir en contra de su conciencia y decía a los jueces que "podamos después en el cielo felizmente todos reunirnos para la salvación eterna"

Ya en el andamio para la ejecución, Santo Tomás le dijo a la gente allí congregada que el moría como "El buen servidor del rey, pero primero Dios" ("the King's good servant-but God's first")

Nos recuerda las palabras de Jesús: "Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios." Fue decapitado el 6 de julio de 1535. Su fiesta es el 22 de junio.

Qué gran modelo es Santo Tomás Moro para todos, en especial para los políticos, gobernantes y abogados. Pidámosle que su valentía les inspire para mantenerse firmes e íntegros en la verdad sin guardar odios ni venganzas.


sábado, 4 de junio de 2016

Oh benevolísimo y misericordísimo Corazón de Jesús, estampa en nuestros corazones una imagen perfecta de tu gran misericordia, para que podamos cumplir el mandamiento que nos diste: "Serás misericordioso como lo es tu Padre ".



OFRECIMIENTO A LOS DOS CORAZONES
San Juan Eudes

Oh Jesús, el Unico Hijo de Dios,
el Unico Hijo de María,
te ofrezco el Corazón bondadosísimo
de tu Madre Divina,
el cual para ti es el más precioso
y agradable de todos.

Oh María, Madre de Jesús,
te ofrezco el Corazón Sagradísimo
de tu amado Hijo,
quien es la vida y el amor de tu Corazón.



Oración de Misericordia a los Corazones de Jesús y María
San Juan Eudes

Oh benevolísimo y misericordísimo
Corazón de Jesús,
estampa en nuestros corazones
una imagen perfecta de tu gran misericordia,
para que podamos cumplir
el mandamiento que nos diste:
"Serás misericordioso
como lo es tu Padre ".

Madre de la misericordia,
vela sobre tanta desgracia, tantos pobres,
tantos cautivos, tantos prisioneros,
tantos hombres y mujeres que sufren persecución
en manos de sus hermanos y hermanas,
tanta gente indefensa,
tantas almas afligidas,
tantos corazones inquietos,

Madre de la misericordia,
abre los ojos de tu clemencia
y contempla nuestra desolación.
Abre los oídos de tu bondad
y oye nuestra súplica.

Amorosísima y poderosísima abogada,
demuéstranos que eres en verdad
la Madre de la Misericordia.




"...Para meditar sobre la Trinidad es necesario abrirse con humildad a Dios para que Él nos ilumine. Solo entonces podremos usar la razón para estudiar lo que de Él recibimos".



El Misterio de la Santísima Trinidad



Un Dios Amor que nos invita al gozo de su vida en comunidad


Calla para mirar con ojos limpios

el mundo de hoy, con sus luces y sombras.

Calla para mirar al Dios Amor-Trinidad

que ha hecho de toda la tierra su hogar

y de cada ser humano su nido de amor.

Calla y adora con todo tu ser.

Contempla confiadamente al Padre

El Dios de la misericordia y del amor.

El Dios que protege, que espera, que perdona.

El Dios que ama especialmente a los más pequeños.

Acoge la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

El hijo de María, en quien todo vuelve a ser posible.

El testigo transparente frente a toda mentira.

El que se hace encontradizo y gratuito en todos los caminos.

Déjate guiar por el Espíritu Santo.

Que abre espacios para la esperanza.

Que nos ayuda a sacar de la fe el jugo profético y liberador.

Que se hace aliento de vida y amor derramado en el corazón.

GLORIA



Después del tiempo pascual, que concluyó con la solemnidad del domingo de Pentecostés, la liturgia ha vuelto a lo que conocemos como «tiempo ordinario» y en el primer domingo de este nuevo tiempo ordinario (el domingo pasado) colocamos nuestra mirada en el misterio de la Santísima Trinidad celebrando su solemnidad.
Jesús nos dijo reiteradamente que Dios es PADRE y que nosotros lo podemos llamar PADRE NUESTRO. Si saber que Dios tenía un HIJO fue una de las grandes revelaciones que vino a hacernos Jesús, igualmente lo es que también es ESPÍRITU y que el Espíritu Santo sería enviado por Jesús una vez que volviera junto al Padre, después de su pasión, muerte y resurrección, y que este Espíritu, fuerza de lo Alto, nos asistiría para conocer en profundidad toda la verdad, ayudándonos a comprender el sentido pleno de toda nuestra fe. Estos aspectos que encontramos en la Escritura, es lo que la Iglesia ha sintetizado, proclamando y reconociendo que Dios, es PADRE, HIJO y ESPIRITU SANTO. Un solo Dios y tres personas distintas, pero iguales en gloria y dignidad, que comparten la misma gloria, el mismo poder, el mismo honor, en una relación de comunión: la Santísima Trinidad.



Hay realidades que no podemos entender, porque nuestra capacidad humana no es suficiente para comprenderlas o explicarlas. Una de esas realidades es el misterio de la Santísima Trinidad: un solo Dios y Tres Personas divinas. Un misterio es una verdad que creemos porque Dios nos la ha revelado, pero que no podemos comprender en toda su inmensidad, porque es más grande que la inteligencia humana. Los misterios no se pueden explicar del todo racionalmente; los misterios se creen, no se explican.


Hay una bonita y muy antigua leyenda llamada “san Agustín y el niño de la concha”, tal como está representada en el famoso cuadro de Rubens. En este cuadro aparece el santo obispo de Hipona paseando por la playa; cuando ve que un niño está echando agua del mar en un pequeño hoyito, con una concha que lleva en la mano. El santo se acerca al niño y le pregunta: ¿qué haces? A lo que el niño responde sin dudar: voy a meter toda el agua del mar en este agujero. El santo, paternal y bondadoso, le responde al niño: toda el agua del mar no va a caber en este agujero. El niño le mira y le dice: tampoco Dios cabe en tu inteligencia. Esta respuesta enseña que la Trinidad sobrepasa a la razón infinitamente y por eso la razón no basta para entenderla.

Nuestros conceptos y nuestros criterios no pueden abarcar a Dios. No es la razón la que ilumina a Dios sino Dios el que ilumina nuestra razón. La razón y el estudio son importantes pero sin la gracia no nos podemos adentrar en los misterios de Dios. Para meditar sobre la Trinidad es necesario abrirse con humildad a Dios para que Él nos ilumine. Solo entonces podremos usar la razón para estudiar lo que de Él recibimos. Como el sol que ilumina todo pero no podemos mirarlo directamente, así ocurre con Dios. Lo mismo pasa con la fe, uno dice la fe es oscura, pero no, la fe no es oscura, la fe es exceso de luz, de claridad. Yo no puedo conocer a Dios totalmente pero puedo conocer algo, es como cuando entro en un lugar muy iluminado y me obnubilo, pero después de un tiempo me acostumbro y empiezo a percibir algo. Lo mismo nos pasa a nosotros ya que hacemos un click y empezamos a ver y a conocer cada vez un poco más.

El misterio de la Santísima Trinidad, un sólo Dios en tres Personas distintas, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo. Aunque como hemos visto entrar totalmente en su comprensión supera nuestra capacidad humana, fue el primero que asumieron los Apóstoles. Después de la Resurrección comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre y cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones, en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los católicos creemos que la Trinidad es un solo Dios. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. Para señalar lo que une en la Trinidad y hace que las personas sean un solo Dios, la Iglesia utiliza la palabra naturaleza (substancia o esencia). La naturaleza es la esencia divina, el “ser subsistente”, por tanto es aquello que constituye a Dios como Dios, distinto de cualquier otro ser posible. Esta esencia es numéricamente una y se encuentra presente en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por ello no son tres dioses sino solo uno. Todos los demás seres que no son Dios tienen el ser recibido o participado, pero Dios no tiene el ser recibido, sino por esencia.

Por eso no confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “La Trinidad consubstancial”. Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”. Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina.

Lo que es distinto en Dios; es la individualidad de cada persona, que existe simultáneamente en sí y para sí y en eterna comunión con las otras dos. "Dios es único pero no solitario" "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo".

La profesión de fe atribuida a San Atanasio de Alejandría o Símbolo Quicumque (llamado así por la palabra con la que comienza "Quicumque" que quiere decir "quien quiera”) recoge estas verdades primordiales de la fe respecto al misterio de la Santísima Trinidad. Atribuido históricamente a San Atanasio (+373), aunque no fuera redactado por ningún Concilio Ecuménico, « alcanzó tanta autoridad en la Iglesia, tanto occidental como oriental, que entró en el uso litúrgico y ha de tenerse por verdadera definición de fe» .De él reproducimos sus primeros párrafos y a continuación su representación gráfica:



Todo el que quiera salvarse, es preciso ante todo que profese la fe católica: Pues quien no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente. Y ésta es la fe católica: que veneremos a un solo Dios en la Trinidad Santísima y a la Trinidad en la unidad. Sin confundir las personas, ni separar la substancia. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola divinidad, les corresponde igual gloria y majestad eterna. Como es el Padre, tal es el Hijo, tal el Espíritu Santo.


Santo Tomás de Aquino enseña que las tres personas divinas no se distinguen ni por su Naturaleza, pues como ya vimos tienen una Naturaleza común, ni por sus perfecciones, porque éstas se identifican con la Naturaleza divina. Así ninguna de las tres Personas es más sabia o poderosa, ni superior ni inferior a la otra, ni la una es anterior o posterior a las otras, sino que todas tienen infinita sabiduría y poder y todas son igualmente eternas.

En cuanto a la actividad de Dios ella es: 

a) externa o hacia afuera, si se refiere a las criaturas, ya que proceden de Dios en cuanto causa primera todas las criaturas, 
y b) interna o hacia adentro si se refiere a las divinas Personas entre sí, así de esta actividad proceden el Hijo y el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad (proceden las personas, no la naturaleza divina numéricamente una)
.
a) La actividad externa de Dios es común a las tres divinas Personas, y así todo lo que hace una de ellas para con las criaturas, lo hacen también las otras dos. O sea que tampoco se diferencian por sus obras exteriores; porque teniendo las tres la misma Omnipotencia, lo que obre una respecto a la criatura, lo obran las otras dos. En virtud de la interrelación entre las tres divinas personas, todo en ellas es ternario y participado. El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad no se realiza ninguna obra externa sin la comunión de las tres personas. Esto no impide que haya acciones atribuidas a una de las personas divinas, aunque sea realizada juntamente por las tres, debido a una afinidad con las propiedades de aquella persona. Lo vemos claramente en sus misiones, que designan la presencia de las personas divinas dentro de la historia de la Sagrada Escritura. Así el Padre proyectó toda la creación; el Hijo se encarnó para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna; el Espíritu Santo recibió la misión de santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.

b) La actividad interna de Dios es propia de cada una de las divinas Personas, porque se basa en sus relaciones de origen, que son propias de cada persona. Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas. El Padre en relación con el Hijo posee la paternidad y el Hijo en relación con el Padre posee la filiación. Por su parte, Padre e Hijo unidos espiran el Espíritu prometido. Esta es la espiración activa. El Espíritu emanado es fruto del amor mutuo del Padre y del Hijo unidos, y a ellos se refiere como espiración pasiva. La espiración activa de Padre e Hijo unidos, que emanan o expresan el Espíritu, y la espiración pasiva, el Espíritu que referencia al Padre y al Hijo, constituyen esta otra mutua relación trinitaria. Las relaciones son las que permiten distinguir a una persona de la otra. Las personas también se distinguen por su origen: el Padre no proviene de ninguna persona (por nadie fue hecho, ni creado, ni engendrado), el Hijo no es hecho ni creado sino que es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede a la vez del Padre y del Hijo por vía de Voluntad y Amor.


Cabe una aclaración ya que al decir que el Padre engendra al Hijo y el Espíritu Santo procede de ambos, pareciera que el Hijo existe después del Padre y que el Espíritu Santo existe después del Padre y del Hijo. Las procedencias divinas nada tienen que ver con el antes y el después propio de las acciones de las criaturas realizadas en el tiempo. El Padre engendra al Hijo y de ambos procede el Espíritu Santo por una acción que no es distinta de la misma naturaleza divina, que se produce en ese instante de duración eterna que es la eternidad.

Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas personas? Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Cada persona divina penetra en la otra y se deja penetrar por ella. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y todo lo que es. Los divinos tres se encuentran desde toda la eternidad en una infinita eclosión de amor y de vida, uno en dirección al otro. Las personas son distintas (el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.
Iconografia de la Santisima Trinidad

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí, la unión es tan profunda y radical, que son un solo Dios. Es algo similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago. Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una sola luz.

El efecto de esta mutua interpretación es que cada persona mora en la otra. En palabras sencillas, esto significa: el Padre está siempre en el Hijo, comunicándole la vida y el amor; el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y reconociéndole amorosamente como Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo como expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo y en el Padre como fuente y manifestación de la vida y del amor de esta fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió muy bien el concilio de Florencia en el año 1441: "El Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu está todo en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en eternidad, ni lo supera en grandeza, ni le sobrepuja en poder".

Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el infierno. Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa de la santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos. La comunión es la realidad más profunda y fundadora que existe. La comunión de la santísima Trinidad no está cerrada sobre sí misma. Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas. El mismo Jesús lo dijo muy bien: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).
Imagen de EWTN

¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? En las sagradas Escrituras no encontramos literalmente la palabra Trinidad, pero esto no significa que no nos comuniquen su revelación, no nos la comunican de forma plena, pero si de otra forma. Esto nos lleva a distinguir entre doctrina de la Santísima Trinidad y realidad de la Santísima Trinidad. Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. La realidad de las tres divinas personas no estuvo nunca ausente de la historia, de las luchas y de la vida de las personas de todos los tiempos. La doctrina surgió luego, cuando las personas captaron la revelación de la Santísima Trinidad y pudieron formular doctrinas trinitarias.


En el Antiguo Testamento no hay una revelación explícita de la Trinidad; pero sí hay insinuaciones, vestigios, alusiones sobre la Trinidad de Personas en Dios. Así en el libro del Génesis vemos que Dios habla de sí mismo usando el plural: «Hagamos al hombre a imagen y semejante nuestra» (Gén 1, 26), palabra que denota pluralidad de personas. Luego cuando se narra la visita del Señor a Abraham junto al encinar de Mamré (Gen 18,2-3) dice: “Abrahán alzó la vista y vio que tres hombres estaban de pie junto a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se postró en tierra diciendo. -Mi Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no pases sin detenerte junto a tu siervo”. A pesar de que Abraham ve a “tres personas”, sin embargo, exclama “mi Señor” en singular. Abraham vio a Dios en su plenitud, reconoce en esas tres personas una sola divinidad, es decir un solo Dios.

Asimismo en el Antiguo Testamento descubrimos personificaciones que aluden a la fe futura en la Santísima Trinidad:

1) Se personifica a la sabiduría, ella es el Dios presente entre los hombres, que abre caminos donde hay dudas, que enciende la luz en medio de la búsqueda de los hombres. Ella es Dios, pero posee una relativa autonomía respecto al mismo Dios.

2) También se personifica la palabra de Dios. Por la palabra, Dios está en medio de la comunidad; por medio de ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y promete al futuro liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene una relativa independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y diversidad.

3) También se personifica a la fuerza de Dios: es el Espíritu de sabiduría, de discernimiento, de coraje, de santidad. Esta fuerza de Dios se manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las personas, particularmente en los justos y en los profetas.

Pero la revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino en el Nuevo Testamento por medio de Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Con Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su Hijo unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo; Él formó la santa humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó a Jesús de entusiasmo para predicar y curar, así como envió a los Apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas. Sólo podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo presentan los evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo. La Trinidad se revela en los comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en el mundo y en las personas.

Jesucristo se presentó a Sí mismo como el eterno y divino Hijo de Dios. Afirmó que es el Hijo, el Unigénito del Padre, igual al Padre.

Jesús nos reveló más plenamente al Padre. Siempre hablaba de su Padre llamándole por este nombre. Nos enseñó a amar a nuestro Padre celestial porque nos ama. Él quiere ayudarnos en todas las necesidades de alma y cuerpo. Quiere llevar a sus hijos a su hogar del Cielo.

Jesús reveló la tercera Persona divina, el Espíritu Santo. El Padre y el Hijo, después de la Resurrección, lo enviaron a la Iglesia. Jesús había prometido enviar la tercera Persona, Dios igual que El mismo y que el Padre. Jesús, el Divino Maestro, habló a sus discípulos acerca del verdadero Dios y los llamó a ser hijos de Dios por el don del Espíritu.

El texto más importante que se aduce para la revelación de la santísima Trinidad por parte de Jesús, es su palabra de despedida en Mateo: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Este mandato de Jesús sólo se encuentra en el evangelio de san Mateo.

Si bien en el Nuevo Testamento tenemos la revelación de la santísima Trinidad no existe allí una doctrina elaborada sobre este hecho. La doctrina supone el cuestionamiento, la reflexión y la sistematización de las ideas. Esto no surgirá hasta dos siglos más tarde, cuando los cristianos tuvieron que elaborar ideas claras sobre la divinidad de Jesús y la del Espíritu Santo.

Pero en los escritos de los primeros cristianos, particularmente en las cartas de san Pablo, de san Pedro y de san Juan, se percibe la conciencia trinitaria. Esta conciencia se expresa mediante fórmulas ternarias, es decir, mediante formas de pensar y de hablar en las que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo aparecen siempre juntos. Este hecho demuestra que hay allí una fe en la santísima Trinidad y aunque no se perciba claramente una doctrina bien elaborada sobre la misma, podemos decir que esta doctrina está allí a manera de embrión.

Si el único Dios verdadero se llama Trinidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entonces hemos de admitir que toda revelación divina, en cualquier parte de la historia, significa una manifestación de la Santísima Trinidad y que, por tanto, nuestro encuentro con Dios implica siempre un encuentro con las tres divinas personas. Una vez descubierta esta verdad podemos decir: toda experiencia auténtica de Dios significa realmente una experiencia del Dios trinitario.

Conviene que los cristianos seamos conscientes de que este misterio está siempre presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo, como así también en la señal por la cual cada día nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, es poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.

Las Personas divinas viven como en un templo en el hombre que está en gracia. Estamos habitados por Dios. Somos templo suyo, somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). ¿Se puede imaginar mayor familiaridad? Todo nuestro empeño debe ser el permanecer en esta unión, en esta vivencia del misterio de la inhabitación Trinitaria, experiencia de la que la beata Sor Isabel de la Santísima Trinidad escribiría “Ha sido el hermoso sueño que ha iluminado toda mi vida, convirtiéndola en un paraíso anticipado”.



Oracion Danos Tu Misericordia




Oración de la Beata Isabel de la Trinidad




Dios mío, Trinidad que adoro,

ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo

para establecerme en ti, inmóvil y apacible

como si mi alma estuviera ya en la eternidad.

Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti,

¡Oh mi Inmutable!,

sino que cada minuto me lleve más lejos

en la profundidad de tu Misterio.

Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo,

tu morada amada y el lugar de tu reposo.

Que yo no te deje jamás solo en ella,

sino que yo esté allí toda entera,

completamente despierta en mi fe, en adoración total,

entregada sin reservas a tu acción creadora

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,

Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!

Yo me entrego a Vos como una presa.

Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos,

mientras espero ir a contemplar en vuestra luz

el abismo de vuestras grandezas.

Oraciones a la Santisima Trinidad