Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

viernes, 22 de mayo de 2015

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia tí… Madre de la Esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos…






El Desafío de La CruzEn nuestra última charla comenzamos a desarrollar el tema de la cincuentena Pascual, de estos cincuenta días que son como una prolongación de la Pascua y que por tanto son días que se celebran con alegría y gozo. Este viernes vamos a hacer un paréntesis ante la necesidad de tocar hechos que, dolorosamente, afligen a muchos hermanos nuestros, víctimas hoy de sangrientas persecuciones por profesar la fe y el testimonio cristiano, principalmente en Medio Oriente y Africa.


El Estado Islámico (Estado Islámico en Irak y el Levante, ISIS por sus siglas en inglés), es un grupo terrorista insurgente, que ha efectuado rápidas conquistas en el oeste de Irak y el este de Siria, donde el año pasado declaró un califato islámico en los territorios bajo su control. La organización terrorista pretende volver a imponer lo que ellos consideran la forma más pura de gobierno del Islam. Quienes no la aceptan se convierten automáticamente en sus enemigos, siendo llevados a ejecuciones públicas a las que también están sujetos los que se niegan a cambiar su religión. Su forma preferida de ejecución es la decapitación, la crucifixión o la incineración vivos, porque su estrategia es generar y difundir terror, para lo cual estas atrocidades son captadas a través de las cámaras que luego difunden en Internet y las redes sociales


En los últimos meses han perpetuado horrorosos crímenes contra los cristianos. El Papa Francisco en una de sus audiencias del mes de febrero, hablando en español, recordó a los 21 egipcios coptos asesinados por el Estado Islámico y aseguró: “La sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita”:


“Me permito recurrir a mi lengua materna para expresar un hondo y triste sentimiento. Hoy pude leer la ejecución de esos 20,21, 22 cristianos coptos. Solamente decía Jesús ayúdame. Fueron asesinados por el sólo hecho de ser cristianos….. la sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita. Sean católicos, ortodoxos, coptos, luteranos, no interesa: son cristianos. Y la sangre es la misma, la sangre confiesa a Cristo


El mes pasado fueron ejecutados 30 cristianos en Libia, según muestra un nuevo video que los fundamentalistas musulmanes subieran a internet, las víctimas serían cristianos etíopes. La mitad de ellos habrían sido ejecutados a tiros y aparecen entre maleza del desierto, y la otra mitad fueron decapitados en una playa. En el video el Estado Islámico insertó tomas de destrucción de cruces, altares e imágenes religiosas, en templos cristianos, que fueron reemplazadas por el emblema del ISIS.


Difícil es imaginarnos algo peor que lo que actualmente sucede en Irak y Siria. Las imágenes que llegan hasta nosotros no pueden sino aterrarnos. La situación de la minoría cristiana iraquí es especialmente crítica en el norte del país. "Hay 100.000 desplazados cristianos que han huido con lo puesto, algunos a pie, hacia la región de Kurdistán", explicó el patriarca caldeo Louis Sako. "Es un desastre humanitario, las iglesias [de las ciudades tomadas] están ocupadas y se han retirado las cruces Mientras el número de víctimas sigue aumentando, sus historias y sufrimientos parecen cada vez más sofocados por la amplitud de la tragedia".


No es este ni el momento ni el lugar para seguir haciendo un estado de las conversiones forzadas, torturas, asesinatos, violaciones y demás atrocidades que sufren hombres, mujeres y niños, hermanos nuestros en la fe, a mano de estos yihadistas, cuya crueldad y barbarie no tienen parangón. Como ha dicho el Papa Francisco: ”hay muchos más mártires hoy que en los primeros siglos”,


El domingo 12 de abril al celebrar Misa en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre lamentó que: “por desgracia todavía hoy sentimos el grito sofocado y descuidado de tantos de nuestros hermanos y hermanas impotentes, que a causa de su fe en Cristo o de su pertenencia étnica son pública y atrozmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos– o forzados a abandonar sus tierras”.


Los Obispos argentinos, congregados en su 109 Asamblea Plenaria, expresaron su rotunda condena a la persecución de cristianos en Medio Oriente, África y otras regiones del mundo. Exigieron además una pronta y eficaz acción internacional para frenar los “actos de brutalidad”. Los Prelados pidieron a creyentes católicos y no católicos: “orar intensamente pidiendo al Señor de la historia perdón por tanto sufrimiento y sangre derramada, y que mueva los corazones de quienes causan dolor y ofenden gravemente al Creador a cesar en ese camino. Comprometemos a nuestras comunidades de modo particular a rezar por esta intención el próximo 8 de mayo, Solemnidad de Nuestra Señora de Luján.” Para su mejor conocimiento agregamos una copia del documento difundido el 25 de abril por la Conferencia Episcopal Argentina


Todos hemos llegado aquí, esta mañana, trayendo nuestra “cuota personal” de dolor y sufrimiento, pero como cristianos no nos podemos dejar atrapar por la cultura de la indiferencia, somos las piedras vivas que unidas conforman el edificio de la Iglesia, pero que no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad, abriéndose y sosteniéndose las unas a las otras, rompiendo la coraza de egoísmo que intenta aprisionarnos en nuestro propio dolor. Cuando la oración solidaria se eleva, es Jesús que nos habita como si nos estuviera edificando, y es su palabra en Juan: “Que todos sean uno. Como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros….”


La catequesis que abordaremos hoy está centrada en la Cruz de Cristo .Este tema ha surgido, ante el mensaje que acompañara el terrible video enviado por los ISIS, como testimonio de la decapitación de un grupo de veintiún cristianos coptos en una playa desierta del norte de Libia. El texto decía: “Un mensaje en Sangre para la nación de la Cruz”. Lo que más impacta de ese terrible suceso en la playa y la invocación de la Cruz, es que nos permite ver, de una forma nueva, el aún sorprendente poder de la Cruz.


Estamos de tal manera habituados a ver la cruz, y a Cristo crucificado en ella, que nos resulta difícil percatarnos de la trágica realidad oculta tras la imagen del crucifijo. La usamos incluso como un adorno de oro o plata para lucir en el cuello. Otros la han convertido, con justa razón, en símbolo del cristianismo y queremos ver al Crucificado en los tribunales, en las aulas, en las tumbas de los difuntos y hasta en las cimas de los montes, como símbolo de la fe cristiana. ¿Pero qué hay detrás de ese símbolo? Qué era la cruz en el mundo antiguo y qué representó para Jesús la crucifixión y la muerte en la cruz. De qué manera este símbolo de la mayor infamia pasó a representar la victoria, y cuál fue el precio de la superación del “escándalo”, de la “locura” de la cruz.


En la antigüedad, la cruz era un instrumento de tortura con el cual se llevaba a cabo la condena a muerte por delitos graves. Originalmente era un árbol o un poste en el cual se colgaba al condenado, amarrándolo con cuerdas o fijándolo con clavos. Posteriormente se agregó al poste fijado en el suelo, en posición vertical, un palo transversal, llamado patibulum. El patibulum solía encontrarse en el lugar del suplicio, pero en general el condenado lo llevaba sobre la espalda y se fijaba sobre el palo vertical formando una T.


La crucifixión se practicaba de distintas formas. “Veo cruces en ese lugar -escribe Séneca- no todas del mismo tipo, sino construidas de distintas maneras por unos y otros: hay quienes cuelgan a sus víctimas cabeza abajo, otros las empalan, otros extienden los brazos sobre el patíbulo” Así, los verdugos podían satisfacer su sadismo en las formas más feroces.


En Judea eran frecuentes las crucifixiones masivas de parte de los ocupantes romanos. En el mundo grecorromano la crucifixión era la pena impuesta a los rebeldes y los bandidos, pero al mismo tiempo típica de los esclavos. En efecto, se llamaba precisamente el “suplicio de los esclavos”. Ciertamente, dada su crueldad, Cicerón la definió como el “suplicio más cruel y horrible que existe”. La principal característica de la crucifixión era su vínculo con la esclavitud, por lo cual Cicerón agrupó los dos aspectos -máxima crueldad y pena propia de esclavos- al definirla como “el suplicio más cruel aplicado a los esclavos”.


¿Por qué ese suplicio tremendamente cruel estaba reservado en forma absolutamente particular a los esclavos? El motivo era el hecho de que las revueltas de los esclavos representaban un peligro sumamente grave para la Roma republicana e imperial. La civilización romana se basaba en la esclavitud, puesto que el trabajo en los latifundios de los nobles romanos lo hacían los esclavos, que además prestaban todos los servicios en sus palacios y llevaban a cabo toda la mano de obra. Por consiguiente, para Roma, la pérdida o disminución de esa enorme masa de esclavos significaba la ruina. La amenaza de la crucifixión constituía una terrible advertencia para quienes pretendieran liberarse de la esclavitud. Piensen en la rebelión de Espartaco que, en al año 73 A.C., encabezó una gran rebelión de esclavos contra Roma, Craso, el vencedor, hizo crucificar a Espartaco y a 6.000 prisioneros, alineados en la Via Appia hasta Roma. La idea era aterrorizar a la gente para que nadie quisiera hacer algo así de nuevo y, por supuesto, el gobernador Poncio Pilato crucificó a Jesús de Nazareth con el mismo propósito: disuadir a cualquiera que osara desafiar al poder Romano .


¿Cómo tenía lugar la crucifixión? En general, era precedida por la flagelación. El condenado era golpeado con un látigo con varias correas, cuerdas con nudos o cadenillas, en cuyos extremos había huesecillos y pequeñas bolas de plomo. La ley romana no fijaba un límite para el número de golpes, de manera que, a menudo, la persona flagelada moría con ellos. La ley judaica, en cambio, no permitía más de 40, que los fariseos reducían a 39 para evitar sobrepasarlos por error. La intensidad de la flagelación dependía de la crueldad de los fustigadores, pero el suplicio era aún mayor por la vergüenza de ser sometido a una pena tan denigrante y ser despojado de las vestiduras y amarrado a un poste o una columna.


Después de la flagelación, el condenado a la crucifixión era conducido al lugar del suplicio. Debía llevar sobre la espalda el patibulum y le ponían en el cuello una tablilla donde se escribía su nombre y el motivo de la condena. Lo hacían recorrer las calles más transitadas para provocar temor en los observadores y humillarlo aún más. El lugar del suplicio era alto y concurrido. Al llegar al mismo, el condenado era amarrado o clavado en el patibulum; enseguida lo levantaban en el madero vertical hundido firmemente en la tierra. Sus pies se unían al madero vertical con dos clavos o a veces sobrepuestos con uno solo.


Antes de colgarlo en el patíbulo, se desvestía al condenado para exponerlo desnudo ante las miradas de la gente. Luego le quitaban del cuello la tablilla con el motivo de la condena, que se colocaba en el madero vertical sobre su cabeza para que todos pudieran leerla. De ese modo era supuestamente despojado de toda apariencia de personalidad jurídica y del carácter de “hombre”: herido tanto en su cuerpo horriblemente desfigurado, como en su honor puesto que la crucifixión era una pena impuesta a los esclavos, desertores y ladrones, como en su dignidad humana, cuya pérdida mostraba el hecho de encontrarse expuesto desnudo a las miradas e insultos vulgares de la gente.


La crucifixión de Jesús no fue diferente a la forma acostumbrada de imponer este tipo de suplicio. Una vez condenado por Pilato, fue flagelado de acuerdo a la costumbre romana, es decir, con un número no establecido de golpes; fue escarnecido por los soldados romanos como rey objeto de burlas; se le hizo cargar el patibulum, que en su estado de agotamiento no lograba llevar, de tal manera que obligaron a un tal Simón de Cirene, que venía del campo, a cargarlo detrás de él. Al llegar a un lugar elevado llamado Gólgota, le quitaron del cuello la tablilla donde estaba escrito su nombre (Jesús el Nazareno) y el motivo de la condena (Rey de los Judíos); luego lo desnudaron, lo clavaron en el patibulum y lo levantaron sobre el palo vertical hundido en la tierra; por último fijaron sus pies en él, probablemente con un solo clavo, y pusieron la tablilla de la condena sobre su cabeza. Junto con Jesús fueron crucificados dos ladrones, cuyas cruces se encontraban una a su derecha y la otra a su izquierda.


La agonía de Jesús en la cruz duró tres horas. De acuerdo al precepto del Deuteronomio -”Maldito el hombre colgado del madero”- la presencia de los crucificados habría profanado la fiesta de Pascua, por lo cual se apresuró su muerte despedazándoles las piernas; pero a Jesús, que ya había muerto, solamente le atravesaron el pecho con una lanza.


Frente a estos hechos recapacitemos sobre la reacción de los discípulos. Todos, excepto Juan, huyeron de la Cruz. Por supuesto que lo hicieron, amaban a Jesús y eran sus seguidores, pero cuando vieron la Cruz se dispersaron, se encerraron en la habitación superior, porque lo último que querían en el mundo era terminar con Él en el Calvario. Los discípulos en el camino a Emaús. ¿Dónde iban? ¡Estaban saliendo de la ciudad! Y tan rápido como podían, porque lo último que querían era tener el mismo destino que Jesús.


Miremos ahora a Jesús, se ha despojado de los suyos, de sus vestidos, está desnudo en la Cruz, es la máxima humillación y Jesús la bebe como hasta el final. No se le ha ahorrado nada, y no se le ahorra nada porque, a partir de ese momento, no habrá nada que no pueda estar incluido en el dolor de Jesús. Jesús tenía como que incluir cualquier dolor que pudiera padecer el hombre, cualquier humillación. Se le va quitando todo, incluso su madre. Cuando Jesús le dice a Juan al pie de la Cruz: “Aquí tienes a tu madre”, se puede hacer esta lectura “Ya no es mía, es tuya”. Jesús se desprende hasta de la Virgen.


A Jesús le queda el Padre y dice: “Padre, todo está cumplido”. Muere de cara al Padre. Incluso ese grito de dolor: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado”, es un grito de esperanza. Si Jesús no creyera que el Padre lo va a resucitar, no tiene sentido que le diga por qué me has abandonado.


Jesús decide el momento de su muerte. Juan dice en su Evangelio: “Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.” (Jn. 19, 30). La muerte no le viene sino que Jesús elige el momento. Entrega la vida de Dios, eso es el Espíritu de Jesús, Espíritu Santo, y lo entrega al Padre y a nosotros.


José de Arimatea y Nicodemo lo sepultan en un jardín, y ahí el Señor descansa en las manos del Padre. El sueño de la muerte de Jesús es el descanso de la fatiga de la Pasión, el descanso de la fatiga por salvarnos. Ese es el sueño de la muerte de Jesús, es un descanso y a la vez un descanso activo, en espera de que el Padre lo resucite.


Hasta aquí el actor ha sido Jesús, a partir de ahora lo será el Padre. Jesús ha entregado todo, incluso el Espíritu, ahora es el Padre el que tiene que resucitarlo. Y esto es como muy importante, Jesús no resucita, a Jesús lo resucita el Padre. Jesús es resucitado, y es resucitado por su entrega, lo que lo resucita es ese entregarse en las manos del Padre.


Cuando todo parece perdido, cuando ya no queda nadie porque herirán «al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26, 31), es entonces cuando Dios interviene con el poder de la resurrección. La resurrección de Jesús no es el final feliz de un hermoso cuento, no es el happy end de una película; sino la intervención de Dios Padre allí donde se rompe la esperanza humana. En el momento en el que todo parece perdido, en el momento del dolor, en el que muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se hace más oscura precisamente antes de que comience la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita.


Los datos históricos sobre la crucifixión nos ayudan a comprender las grandes dificultades de las primeras prédicas cristianas de los discípulos de Jesús y de su acogida de parte de los judíos y los paganos, sumamente difíciles de superar humanamente sin esa intervención sobrenatural llamada por la fe cristiana, “el poder del Espíritu Santo”


Por un lado para la transformación de ese grupo de discípulos atemorizados y que hasta ese momento no habían podido llegar, todavía, a comprender y asimilar las palabras de su Maestro, y por otro para la superación del “escándalo” que la palabra de la cruz era para los judíos y la “necedad” y “locura” que representaba para los paganos. Sólo la Resurrección y Glorificación del Mesías crucificado superaban el escándalo y la locura de la cruz, otorgándole su sentido redentor. En efecto, en su misterioso designio de salvación de los hombres, Dios había “entregado” a su Hijo Jesús a la muerte en la cruz, para hacerlo expiar de una vez y para siempre los pecados de la humanidad con su obediencia al designio del Padre y con su amor al Padre y a los hombres y para que reconciliara con su sangre inocente a los hombres con Dios. Debía descender al abismo del mal a través de la espantosa e infamante muerte en la cruz; pero precisamente este descenso “a los infiernos” le permitiría derrotar a la muerte para sí mismo y para todos los hombres, resucitando desde el reino de la muerte y el pecado y recibiendo “un nombre sobre todo nombre” (Fil 2, 9), es decir, el nombre divino “Señor”.


Es en esta comprensión que a pesar de la ferocidad del primer siglo, a Saulo de Tarso, Pablo El Apóstol, en el encuentro con Jesús le quedó muy claro el significado central de la cruz, comprendió que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo y que en la cruz, por tanto, se había dado muerte a la muerte, porque el poder de la mano del Padre al resucitar al Hijo nos había devuelto la vida eterna “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo” (1 Cor 15, 20-22). ¿Pero por qué san Pablo, precisamente de esto, de la palabra de la cruz, hizo el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la cruz revela "el poder de Dios" ( 1 Cor 1, 25), que es diferente del poder humano, pues revela su amor:


Cuando Pablo dice “Yo predico una cosa y es a Cristo Crucificado” es porque Pablo sabía que Aquel que había sido crucificado había sido levantado de entre los muertos por Dios, era el signo seguro del hecho de la Resurrección y es por eso que cuando Pablo y los otros levantaban la Cruz, la levantaban como una especie de provocación a la autoridad romana. “Yo sé que el poder de ustedes está basado en el terror de esta cosa”. No le tenemos miedo. De hecho la levantaremos como un desafío a ustedes porque sabemos que el Poder de Dios es más poderoso que cualquier cosa que ustedes tengan.


En ese horrible video donde se puede ver a los cautivos cristianos a punto de ser ejecutados, se aprecia a algunos de ellos articulando las palabras “Jesucristo” y “Señor Jesús”. Jesucristo, Jesus Kristós en griego, que se traduce “Yeshua Mashiaj”, “Jesús el Ungido”. Cuando se dice “Mashiaj” se dice el nuevo David, el nuevo ungido, el Rey, el Rey victorioso y guerrero. En Roma el santo y seña de aquel tiempo era “Kaiser Kyrios”, “El César es el señor”, él es el que tiene el poder, es a quien se le debe lealtad. Cuando los primeros cristianos decían “Jesus Kyrios”, ellos estaban degradando al César, ellos decían “él no es el que tiene el poder supremo, Dios es el que lo tiene. Dios y su Cristo son los que tienen el poder supremo”. Por eso resulta tan conmovedor ver a estos pobres hombres, arrodillados en el piso, a punto de ser ejecutados, pero articulando las palabras “Jesucristo” y “Jesús es el Señor”. Ellos están confesando la Fe. Ellos están confesando el gran Kerygma, la proclamación del Señorío de Cristo.


Los bárbaros de ISIS estaban en lo correcto al titular su mensaje al mundo… “un mensaje de sangre”. Teruliano dijo hace mucho tiempo que la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia. Eso es verdad, era verdad en la antigüedad y sigue siendo cierto hoy. La sangre de estos mártires es lo que hará que la Iglesia crezca, no es un modo de eliminar la Iglesia, es un modo de hacer que la Iglesia crezca. También deberían saber que estos mártires anunciando el Kerygma: “Jesús es el Señor”, “Jesucristo”, estaban mostrándoles el desafío de la Cruz.


La cristiandad, regularmente, en sus Iglesias, levanta una imagen de Cristo escarnecido y humillado. Lo mostramos en la Cruz, porque sabemos que el Amor de Dios es más grande que cualquier otra cosa en el mundo y que por lo tanto la Cruz, desde la antigüedad hasta hoy, es un desafío a todos los poderes del mundo que quieren usar la violencia para controlar a la gente.


La respuesta más eficaz al “escándalo” de la cruz es que todo el drama de la pasión y muerte de Jesús tuvo lugar “por amor”. De tal manera ha amado Dios a los hombres que para salvarlos no evitó el dolor de entregar aquello que para Él era más amado, su Hijo Jesús. De tal manera ha amado Jesús al Padre que “obedeció hasta el punto de morir en la cruz” ante su designio de salvación; y de tal manera ha amado a los hombres que descendió al abismo de la muerte -¡y qué muerte!- para asumir la condena por ellos merecida por sus pecados (Él, el Inocente) y así poder salvarlos. De este modo, y a la luz del amor del Padre por los hombres y de Jesús por el Padre y los hombres, es posible dar una respuesta total al drama escandaloso de la muerte de Jesús en la cruz. Sin embargo, en esto reside precisamente la dificultad para los hombres: creer en el amor, cuya demostración suprema está en la locura de la cruz. En realidad, la locura de la cruz es la locura del amor y sólo puede comprenderla quien comprende lo que es el amor.


NUESTRA SEÑORA DE LUJAN


Antes de poner punto final a esta charla quisiera que recordemos que hoy se celebra la fiesta de Nuestra Señora de Luján, llamada también la Virgen Gaucha, patrona de la República Argentina, Paraguay y Uruguay


La historia cuenta que en el año 1630, una expedición que se trasladaba a Santiago del Estero se detuvo en un paraje llamado “Árbol Solo”, cerca del Río Luján. En ese momento, los bueyes que tiraban de las carretas, se detuvieron extrañamente y sorpresivamente, y, pese a la insistencia de los troperos, fue imposible continuar la marcha. Entonces comenzaron a descargar los bultos, y en una caja muy bien embalada encontraron la imagen de la Virgen María Inmaculada. Fue entonces que decidieron dejar la imagen, la cual quedó allí para siempre. Se lo conoce como “El milagro de la carreta


El primer santuario dedicado a Nuestra Señora de Luján se inauguró el 8 de diciembre de 1763 y en él hicieron profesión de fe y se encomendaron buena parte de los próceres argentinos durante la época de la emancipación: Manuel Belgrano, José de San Martín, Cornelio Saavedra, Domingo French, entre otros.


La imagen original es pequeña y sencilla, de solo 38 cm de altura, realizada en arcilla cocida y representa a la Inmaculada Concepción. Fue solemnemente coronada el 8 de mayo de l887 con una corona que había sido previamente bendecida por León XIII


El 8 de setiembre de 1930 el Papa Pío XI nombró a la Virgen de Luján patrona de la Argentina, Uruguay y Paraguay.


La Virgen en Luján eligió el lugar donde quedarse para siempre junto al pueblo argentino. Desde ahí su maternidad se extendió a todos los argentinos. Ella recoge nuestras demandas, ella asume los dolores de este pueblo como asumió los de su hijo en la espera confiada de la Pascua. La incesante peregrinación de fieles que hace ya casi cuatro siglos acuden a sus pies la transformaron en nuestra patrona, en nuestra protectora, en nuestra Reina pero sobre todo en nuestra Madre, Por eso hoy, como hijos suyos, vamos a dejar confiadamente en sus manos esta, nuestra súplica:


INVOCACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia tí… Madre de la Esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos…


Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la luz de una mañana nueva, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos.


Unidos estamos bajo el celeste y blanco de nuestra bandera, y los colores de tu manto, para contarte que: hoy falta el pan material en muchas, muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los corazones.


Te pedimos madre, que extingas el odio, que ahogues las ambiciones desmedidas, que arranques el ansia febril de solamente los bienes materiales y derrama sobre nuestro suelo, la semilla de la humildad, de la comprensión. Ahoga la mala hierba de la soberbia, que ningún Caín pueda plantar su tienda sobre nuestro suelo, pero tampoco que ningún Abel inocente bañe con su sangre nuestras calles.


Haz madre que comprendamos que somos hermanos, nacidos bajo un mismo cielo, y bajo una misma bandera. Que sufrimos todos juntos las mismas penas y las mismas alegrías. Ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza material y espiritual y que tomados de tu mano digamos más fuerte que nunca: ¡ARGENTINA! ¡ARGENTINA, CANTA Y CAMINA