Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

sábado, 30 de abril de 2016

Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».




EVANGELIOS DEL TIEMPO PASCUAL
V Domingo de Pascua: El Mandamiento del Amor fraterno

QUIERO ESTAR CONTIGO, SEÑOR

En las horas de luz, cuando a las claras te veo, y en las noches oscuras, al sentir que te pierdo. En las pruebas amargas, cuando eres mi bálsamo, y en los instantes de soledad cuando avanzo solo. Aquí me tienes, Señor, torpe y débil
pero recordando que, cumplir y amar tu Palabra, es la mejor autopista que tengo para llegarme hasta el cielo. Amén







 
Hace cuatro semanas que inauguramos la gran fiesta cristiana: la Pascua. Nos quedan todavía tres, incluida la que corre, para concluirla con Pentecostés. En el tono de nuestras celebraciones y de nuestra vivencia espiritual, se debe seguir notando que celebramos Pascua, que nos estamos dejando «contagiar» de su energía y de la novedad de su Espíritu en esta Pascua del 2016.




El evangelio con el que hemos iniciado la presente semana, que es el del V domingo de Pascua, nos presenta -una comunidad que recibe de su Señor, en su despedida, la mejor de las herencias y de los distintivos: el amor fraterno.



La liturgia nos va conduciendo mentalmente por los últimos encuentros, las últimas voluntades que comunicó el Señor a los suyos. Las palabras del evangelio corresponden a un pasaje del discurso que pronunciara Jesús en el Cenáculo la última noche que gozó de libertad y próximo ya a perderla. En el momento en que Cristo dice estas palabras a los Apóstoles –promediando la tarde del Jueves Santo- éstos todavía están con el Maestro. Pero son ya los últimos momentos en que están todos juntos:





Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».

Cuando Judas abandonó el Cenáculo, comenzaba la hora de la Pasión, se iniciaba la noche más triste de la historia. Y, sin embargo, en ese preciso momento empezaba también la glorificación de Jesucristo. Detengámonos ante todo sobre la primera palabra utilizada por Jesús en este pasaje: «Ahora». «Ahora el Hijo del Hombre ha sido glorificado». ¿De qué «hora» se trata? Es la del momento de la cruz, la del «amor hasta el extremo» por todos los hombres, que coincide con la de la glorificación. Este último término en el Evangelio de Juan es indicativo de la manifestación o la revelación. Por consiguiente la cruz de Jesús es la «hora» de la máxima epifanía o manifestación de la verdad. Y esta “glorificación” del Hijo va a ser “en seguida,” porque es el gran milagro de su resurrección. Va a ser la obra que el Padre hace “en El.” ¿Cómo? La gloria de su resurrección descorrerá el velo de lo que El es, oculto en su humanidad; con lo que aparecerá “glorificado” ante todos. Pero, si el Padre glorifica al Hijo, el Padre, a su vez, es glorificado en el Hijo. Pues El enseñó a los hombres el “mensaje” del Padre (Jn 17:4-6), dándole la suprema gloria con el homenaje de su muerte. Por un lado Judas entrará en la noche mientras que Jesús se prepara a la gloria.

Los sufrimientos que le hicieron sudar sangre y angustiarse hasta casi morir, eran el camino obligado para llegar al destino inefable de la gloria. Y no sólo para Jesús sino también para todos y para cada uno de nosotros. El Señor fue el guía, el primero que pasó por esa ruta, marcando a golpe de sus pisadas el sendero que nos ha de llevar a nuestro propio triunfo. Por eso la lectura litúrgica del evangelio de este domingo pascual la tenemos que hacer no desde la cronología que supone la víspera de la muerte de Jesús, sino desde los resplandores de su resurrección.
Pero esta hora de la glorificación es también la hora de las despedidas. Nos imaginamos a Jesús y sus apóstoles en el Cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar y les ha transmitido el mandamiento del amor fraterno. Jesús comprende la pena de sus discípulos y se despide emocionadamente de ellos. Les habla como un padre que va a morir y hace testamento. Los discursos de Jesús sintetizan todo lo que ha enseñado y realizado, con el intento de solicitar a los discípulos que sigan el mismo camino. Su muerte es la señal de su amor a los hombres (Jn 13,1) y un fruto más del misterio pascual habrá de ser ese amor fraterno que deja en herencia al decirles: Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.


Pero reparen ustedes que Jesús declara que les da un mandato nuevo de amarse unos a otros. ¿No había sido dado ya este precepto en la antigua ley de Dios (Lev 19,18)? ¿Por qué, pues, el Señor lo llama nuevo cuando conoce su antigüedad? Que el principal mandamiento de la Ley era amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo era algo conocido y aceptado por todos los judíos. Jesús mismo, como buen judío practicante que era, lo repite así literalmente en los evangelios según san Marcos, san Mateo y san Lucas. Cuando un fariseo le preguntó con ánimo de ponerle a prueba cuál era el principal mandamiento de la Ley, Jesús respondió sin titubear: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y principal mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 35). Esto era conocido, como digo, por todos los judíos. ¿Cuál es, pues, la novedad del mandamiento que Jesús proclama ahora? Está claro: es el cambiar el “como a ti mismo” por el “como yo os he amado”. Jesús nos dijo en más de una ocasión que Él no había venido a cambiar la Ley, sino a perfeccionarla. Esto es exactamente lo que ha hecho ahora Jesús, porque amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos puede ser en muchos casos peligroso y hasta malo, ya que nosotros no nos amamos siempre bien. El egoísmo, la pasión, la ignorancia o la ceguera interesada pueden hacer que más de una vez nos amemos a nosotros de mala manera. .Lo de amar al prójimo «como a uno mismo» se había convertido en un mandamiento «viejo», esto es, débil y desgastado, a fuerza de ser trasgredido, y el Señor habla de Amor, no de un amor cualquiera, ni siquiera lo describe sicológicamente. Su interpretación, si hubiera hecho un tal análisis, podría haber sido equivoca. El Amor que desea para nosotros debe ser semejante al que Él tuvo con nosotros. Se limita a definirlo así ¡y tanto y tan bien que lo precisa, sin peligro de caer en errores posteriores!





Que nos amemos unos a otros y, además, de la misma forma como Él nos amó, con la misma intensidad, con el mismo desinterés, con la misma constancia, con idéntica abnegación... a los discípulos, como a nosotros, debió parecer excesivo lo que Jesús pedía. Pero el Señor no aminora su exigencia. Para que no les quede la menor duda, añade: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. El amor que Jesús nos deja en herencia ha de ser nuestro distintivo, la señal por la que debemos ser reconocidos como discípulos suyos, el nuevo estatuto de la comunidad cristiana.

En la asignatura del amor la mayoría de los cristianos estamos suspendidos. El amor no es algo que reine en la Tierra. No solo no hay amor sino que, en la mayoría de los casos, lo que circula es la indiferencia, la confrontación por los espacios que cada cual cree le corresponde ocupar ya en la vida, ya en la sociedad o en el planeta o, lo que es peor, algo muy cercano a la animadversión, el resentimiento o el odio. El mundo moderno se ha instalado en un egoísmo solitario y durísimo. Está, además, el egoísmo atroz contra los lejanos o contra los que son diferentes. Por eso la lectura de este evangelio nos anima a revisar los caminos de nuestro vivir, pensar y actuar para poder cumplir el mandato de amar como el Señor nos dijo que amaramos, es decir como Él nos amó.

Para eso es necesario tener muy presente que vivir como Cristo no solamente comporta imitar sus gestos, que pensar como Cristo no implica sólo el defender a toda costa su pensamientos, que actuar como Cristo no solamente es una “postura”, en todos los casos es llevar a cabo en el mundo su misma vida con nuestra propia vida. Así que adentrémonos en esto de ver como es el amor del nuevo mandamiento o, en otras palabras como es el amor con que Jesús nos ama:

Hay personas entre nosotros que son muy entendidas en las Sagradas Escrituras y al mismo tiempo son capaces de despreciar y hablar mal del prójimo; personas de gran devoción pero a las que la murmuración las hace caer en la calumnia y la difamación. Por supuesto que debemos leer y meditar la Biblia y cumplir con los preceptos y las devociones, pero no debemos dejar a un lado lo que nos pide Jesús: que amemos al prójimo con el amor con que Él nos ama en el cual no tiene cabida la maledicencia. Si yo no amo a mi prójimo con ese amor de Jesús, de nada me sirve estudiar la Biblia, de nada me sirve ir al templo y hacer largas oraciones y vigilias nocturnas.


 
Tengamos asimismo en cuenta que el amor al prójimo no es solamente el amar a los amigos, y que se pueda «guardar rencor a su enemigo», como en el Antiguo Testamento. Jesús nos dice otra cosa: « Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan... Pues si ustedes aman solamente a los que les aman a ustedes, ¿qué premio van a recibir por eso? Hasta los pecadores hacen eso »
(Mt. 5, 44-46).Este es el amor de Jesús que entregó su vida por todos y este todos incluía a sus enemigos y es el amor que Él nos pide. Por supuesto que no es nada fácil, pero los que tratan de amar así, serán llamados hijos de Dios (Mt. 5, 45). El verdadero discípulo de Cristo debe ver en cada hombre a su hermano: «Bendigan a los que les maltratan. Pidan para ellos bendiciones y no maldiciones» (Rom. 12, 14). «Cada vez que podamos, hagamos bien a todos» (Gal. 6, 10). Si amamos de verdad, Dios mismo llena nuestro corazón con su amor (Rom. 5, 5), este amor nos empuja a amar a todos los hombres, a no ofender al prójimo, a renunciar a la venganza, a hacer el bien a todos. Así amó Jesús y así quiere que amemos.





Por eso el amor que Jesús nos pide tengamos al prójimo es comprensivo de todo el mundo. Mi prójimo es mi esposo, mi esposa, mis hijos, los suegros, los parientes, los amigos, los vecinos, mis compañeros de trabajo, mis empleados, mi jefe. Mi prójimo es también, los que no me caen bien, los que me han hecho alguna maldad, los que hablan mal de mí. Todos los hombres: los buenos, los malvados, los simpáticos, los pesados, los pobres, los ricos. ¡Todos! 


El amor de Jesús involucra por sobre todo la misericordia y el perdón.

En el Nuevo Testamento se nos presenta a Jesús como «el cordero que quita el pecado del mundo», consiguiendo con el sacrificio de su vida el perdón de todos los pecados de la humanidad. Reivindica para sí el poder de perdonar los pecados y perdona a sus mismos enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
A sus discípulos les dice que deben perdonar hasta « setenta veces siete » y en la oración que les da les enseña a decir: «perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12) Tanto es así, que Jesús condiciona el perdón de Dios a que nos sepamos perdonar unos a otros: Si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre celestial los perdonará. Pero si no perdonan las ofensas de los hombres, el Padre tampoco les perdonará a ustedes.(Mt 6,14-15) No podremos rezar bien, si no perdonamos de corazón al que nos ofendió (Mc 11,25-26).
 Ya Jesús nos había enseñado que amar al prójimo es tratarlo como a mí me gustaría que me tratarán: ¨Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos.
Mt 7,12. Por eso que AMAR al prójimo es ¨RESPETARLO¨, o sea, no querer que todos sean o piensen como yo. Si mi vecino tiene otra religión y no desea cambiar respetarlo y pedirle a él que me respete. Decía el Papa Benedicto XVI: Si nosotros llamamos a Cristo “único mediador de la salvación válido para todos”, esto no significa en absoluto desprecio de las otras religiones ni absolutismo soberbio de nuestro pensamiento, sino solamente ser conquistados por Aquel que nos ha llegado dentro y colmado de dones para que nosotros pudiéramos hacer lo mismo con los demás. El ejemplo del buen samaritano (Lc. 10:25-37) demuestra que Jesús derogó la delimitación del mandamiento del amor al prójimo que regía para Israel. Mostró que nuestro prójimo es el necesitado. Queda abierto si se trataba de un israelita o un gentil: “Un hombre descendía de Jerusalén...”. El prójimo es, por otro lado, en la parábola, el que ayuda a un miembro de un pueblo despreciado por los israelitas, un samaritano. Se pone en evidencia que en el instante mismo en el que una persona ayuda a otra, los dos se transforman en prójimos el uno del otro. Por lo tanto, el prójimo pueden ser todas las personas con las que nos relacionamos.

 Amar al prójimo es NO JUZGARLO por sus errores o sus trasgresiones sino por el contrario tratar de ayudarlo a superarlas, Jesús aborrece el pecado pero ama al pecador. Él es el buen pastor que deja a las 99 ovejas para rescatar a la perdida. Es el amor que trata de ofrecer el hombro para levantar al caído y no hundirlo aún más. Por eso en el sermón de la montaña habrá de decir “No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.” 



 El amor al prójimo es también SERVIRLE, es decir, olvidarme de lo que yo quiero hacer o lo que yo necesito, para dar gusto y AYUDAR a los demás: a mi esposo, a mi esposa, a mis hijos, a todos mis hermanos. El Amor de Dios obliga a una sincera conversión de servicio. Jesús supo rebajarse y humildemente hacerse servidor de todos. Un ejemplo típico de esta actitud es la imagen de Jesús de rodillas ante sus discípulos, lavándoles los pies. Sin una actitud sincera de humildad ante los demás, nunca podremos servirnos unos a otros. La humildad se demuestra entregándose cada uno al servicio de los demás, según sus propias posibilidades. Y al mismo tiempo, aceptando la ayuda de los otros en todo lo que uno necesita.

Humildad es servicio mutuo. Es dar a Dios y a los demás la verdad de todo lo que uno ha recibido de Dios y de los demás. Es colocarse cada uno en su sitio, todos sirviendo a todos.
Amar al prójimo es tener PACIENCIA con las personas, es respetar sus tiempos, sus limitaciones, sus circunstancias y en ello como en todo Jesús es maestro.

La paciencia de Jesús es encarnación de la paciencia divina El secreto de esta paciencia de Jesús es el amor. El amor invita al diálogo, a la reciprocidad perfecta. Para Jesús amar a los hombres es invitarlos, con un infinito respeto de lo que son, a dar una respuesta libre. Esta respuesta libre, exige tiempo; se edifica poco a poco, y el itinerario en que toma cuerpo constituye una verdadera aventura espiritual donde las avanzadas limitan con los retrocesos, la entrega de sí con el repliegue sobre sí. El amor con que Jesús ama a los hombres puede ser calificado de amor paciente, ya que hay respeto íntegro del otro en su propia alteridad. Este es el amor paciente que Jesús nos pide tengamos también en nuestras relaciones.
El amor de Jesús es el de la ternura en el trato con el prójimo aun cuando éste sea inoportuno, molesto o desagradable. Es ver en cada uno de nuestros hermanos a CRISTO MISMO.  

Por último no olvidemos que en aquel día en que el Hijo del hombre ha de juzgarnos, no lo hará sobre nuestra fe, no nos juzgará sobre nuestros conocimientos bíblicos, no nos juzgará sobre nuestras vigilias en el templo, no nos juzgará sobre los diezmos...El Hijo del hombre se sentará en su trono y separará a los unos de los otros y a los que estarán a su derecha les dirá: «Vengan ustedes, los que han sido bendecidos de mi Padre, reciban el Reino que está preparado para ustedes, pues tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento... En verdad les digo que cualquier cosa que hicieron por uno de estos mis hermanos, por humilde que sea, a mí me lo hicieron».

San Juan de la Cruz decía: En el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor.

Jesús nos ha dado un mandamiento nuevo, el mandamiento del amor fraterno. Amarnos unos a otros como Jesús nos amó, amarnos con un amor de absoluta generosidad, estando dispuestos hasta, si fuera necesario, morir por amor al prójimo. De este modo, Jesús nos muestra el camino para seguirlo, el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que permanece siempre como algo abstracto o exterior a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo, porque Él, en primer lugar, lo realizó, le dio carne, y así la ley del amor se escribe una vez para siempre en el corazón del hombre Y ¿cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús nos da, podemos caminar también nosotros por este camino.

Es un camino concreto, un camino que nos conduce a salir de nosotros mismos para ir hacia los demás. Jesús nos mostró que nuestra verdadera religiosidad se manifiesta en el amor que tenemos al prójimo; que nuestro distintivo de cristianos no es la medallita, la crucecita, el rosario, la peregrinación, todas cosas buenas si son hechas por amor, sino que el distintivo del cristiano es la caridad, que el amor de Dios se realiza en el amor al prójimo.



Por lo tanto, esta Palabra del Señor nos llama a amarnos unos a otros, incluso si no siempre nos entendemos y no siempre estamos de acuerdo… pero es precisamente allí donde se ve el amor cristiano. Un amor que también se manifiesta si existen diferencias de opinión o de carácter, ¡pero el amor es más grande que estas diferencias! Este es el amor que nos ha enseñado Jesús. Es un amor nuevo porque lo renueva Jesús y su Espíritu.



Para terminar, aludamos a lo que nos refiere San Juan en la segunda lectura de esta misa del V Domingo de Pascua que, tomada del Apocalipsis, está en unión estrecha con el Evangelio. Allí el discípulo amado nos muestra cuál es el desemboque de la caridad: la Ciudad Nueva, la nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres. “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo”. Juan nos muestra ese final para animarnos a practicar aquí la caridad, para que las dificultades del camino no nos desalienten o enfríen nuestra caridad.

Al término de la carrera está el cielo. Al fin y al cabo, ¿qué es la caridad sino el cielo que comienza aquí en la tierra? Allí, nos sigue diciendo el Apocalipsis, “Dios secará toda lágrima, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Lo de “antes” es lo de la tierra, cuando todavía vivimos en las penumbras de la fe, y en las ansiedades de la esperanza. Lo de allí sería el triunfo de la caridad. Como lo ha enseñado San Pablo: “Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad, pero la más excelente de ellas es la caridad”. La fe será reemplazada por la visión, la esperanza por la posesión, pero la caridad permanecerá en el cielo, jamás perecerá.
Dentro de algunos instantes hemos de asistir a Misa y en ella seguramente hemos de recibir a Jesús, a aquél que “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin”. Pidámosle que nos dé la gracia de irnos ejercitando en el amor al prójimo, para que hagamos nuestro su mandamiento y logremos amar a los demás como Él nos ha amado.




                                  Feliz Pascua de Resurrección!

                     ¡Sigamos celebrando la Vida que Cristo nos da

                            por su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa! 





Oracion Final POR TI, SEÑOR

Amaremos, aun no siendo amados.Y, en medida rebosante y sin cuenta, colmaremos y calmaremos los corazones que necesitan paz, las almas que se han tornado tibias, los pies que se resisten a caminar, los ojos que se han quedado en el vacío,

POR TI, SEÑOR Mantendremos, eternamente nuevo, el mandamiento que Tú nos dejaste: amar, sin mirar a quién, amar, sin contar las horas, amar, con corazón y desde el corazón, amar, buscando el bien del contrario, amar, buscándote en el hermano, POR TI, SEÑOR
.  P Javier Leoz


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