Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

sábado, 23 de abril de 2016

"Jesús es pastor porque es el que da la vida por sus ovejas. Esta es la señal por la que se puede reconocer a un pastor verdadero..."




Evangelios del Tiempo Pascual

El buen Pastor


Estoy Señor aquí, porque no te olvido.

Estoy Señor aquí, porque quiero tenerte presente.

Estoy Señor aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

Estoy Señor aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

Estoy Señor aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

Estoy Señor aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

Estoy Señor aquí, porque tu tienda me espera para hospedarme en ella.





A partir de la charla del viernes pasado hemos empezado a transitar los evangelios del tiempo pascual. Las apariciones de Jesús resucitado que en ella abordáramos fueron tema no solo del evangelio de la Pascua de la Resurrección del Señor, sino también de las misas feriales de la primera semana así como de las del segundo y tercer domingo de este tiempo pascual.






De esta forma llegamos al cuarto domingo de pascua, o sea al domingo pasado, que es llamado también el “Domingo del Buen Pastor” en el que celebramos a Jesús resucitado que sigue pastoreando a su rebaño. En los tres ciclos litúrgicos, el IV domingo de Pascua presenta un pasaje del Evangelio de Juan sobre el buen Pastor. El evangelio de Juan después de habernos conducido el tercer domingo a los pescadores, al relatar la aparición de Jesús en el mar de Tiberíades, nos conduce en el cuarto a los pastores. Dos categorías de igual importancia en los evangelios. De una deriva el título de «pescadores de hombres», de otra el de «pastores de almas», dado a los apóstoles.

La imagen del Pastor está tomada del Antiguo Testamento.


En la antigüedad también se le daba el nombre de pastores a los príncipes y guías de los pueblos. Era una imagen que para los hombres de entonces era de evidencia inmediata, (porque todos eran pastores), veían al que iba delante de su rebaño, lo apacentaba y lo regía, también al que lo defendía y lo cuidaba, era el que conocía el camino. Y el hombre de entonces se sentía como guiado y conducido, como protegido a la vez por una sabiduría y un poder superior. En esta imagen no se percibía nada humillante pues era la figura de una guardia buena y fiel. Y así en el antiguo Testamento como en los salmos u en otras partes, podía darse a Dios el nombre de pastor, pues era conductor y guía de su pueblo, su creador y señor, su fiel proveedor, que lo amaba y lo regía con poder.

El pastor tiene ciertamente esa función de guía, pero encierra, todavía, algo más. El pastor acompaña a las ovejas y si el cielo envía la lluvia sobre el rebaño, el pastor la sufre junto con el rebaño, si se trata de un sol abrazador, el pastor sufre el calor insoportable con el rebaño, lo mismo la sed, el pastor no bebe antes que las ovejas sino bebe junto con ellas. Fíjense que hace Jesús, comparte el camino de la vida humana. Jesús es pastor porque se ha hecho carne, porque se ha hecho hombre y comparte nuestro camino.



Jesús es el buen Pastor porque es el que conoce el camino. Jesús sabe el camino porque fue el primero en hacerlo. Jesús sabe el único camino que nosotros todavía no conocemos, que es el camino de la muerte, el camino del paso a la vida definitiva, Él lo recorrió y nosotros lo seguiremos. Él lo conoce antes, el pastor hace eso, recorre el camino y después va con el rebaño y por eso puede ir detrás del rebaño.
El pastor saca las ovejas y va al final, no va al principio porque tiene que ver como caminan las ovejas. Jesús hace eso con nosotros, va, recorre el camino, vuelve, y nosotros vamos y Él nos sigue de atrás.







Además de conocer el camino Jesús conoce a las ovejas, conoce el camino y conoce a las ovejas, una por una, por esa marca. Dicen que los vascongados conocen el rebaño de 200 y 300 ovejas y las conocen a una por una. Cada una tiene una marca natural ya sea en la lana, en la oreja, en los ojos, que les permiten conocerlas. Cada vez que pensamos en el Señor, que si no nos escucha, que si no nos conoce, el Señor nos conoce más que un pastor vascongado, el Señor nos conoce por esa huella digital que al crearnos ha dejado en nosotros, y nos conoce por esa marca y ese aroma del bautismo.

Conoce el camino y conoce las ovejas una por una. Se acuerdan de la parábola de Lucas 15, la de la oveja perdida, tiene 99 pero le importa esa, la perdida, a la que conoce, que es única y a la que va a buscar dejando a las 99. No hay alegría completa sino está esa única. Igual con nosotros, Dios no tiene alegría si nosotros no estamos, Dios conoce nuestra marca y conoce nuestra presencia y nuestra ausencia.

Hasta ahora hemos hablado del conocimiento del Pastor, que conoce el camino y a las ovejas, pero ahora vamos a ver que las ovejas también conocen al Pastor. Hay un conocimiento recíproco que tiene que ir creciendo, que tiene que ir afinándose. ¿Cómo cada una de las ovejas conoce al Pastor? Al Pastor lo conocen por la melodía de su voz, o sea por su palabra. Jesús, Dios, cuando nos habla, a través de su palabra nos dice algo a cada uno en particular, con un tono distinto. Nosotros, en el tono con que el otro nos habla, nos damos cuenta de un montón de cosas, las mismas palabras según el tono, tienen distinto significado, distinto contenido. Cuando Dios nos habla, nos dice su palabra, nos la dice de modo que cada uno la entienda, con un tono particular y especial y esa palabra se plenifica cuando el otro la escucha. Es como cuando los humanos hablamos, lo hacemos para que el otro nos escuche, entonces mi palabra se perfecciona y se plenifica cuando el otro la escucha, si yo le hablo a una pared mi palabra no se plenifica.



Cuando Dios nos habla, fíjense ustedes la dignidad del hombre, el hombre lleva a término la palabra de Dios. Cada uno de nosotros cuando escuchamos la palabra de Dios la completamos. Tomo como ejemplo el caso de un profesor que al escribir el prólogo de un libro recibe de una persona que lo leyó el comentario de lo que le pareció ese prólogo. El profesor agradece ese comentario porque el prólogo, entonces, ha llegado a su plenitud. Cuando el otro acepta y responde a mi palabra esta se perfecciona, se plenifica. Así sucede con la palabra de Dios.






Habíamos dicho que lo reconocemos a través de su palabra y esto después de la Resurrección es notable. A María Magdalena, que lloraba junto al sepulcro, el Señor le habla y le dice “María” y es ahí que recién lo reconoce, cuando Jesús pronuncia su nombre de un modo particular. El Señor nos habla a través de su palabra, con un tono especial para cada uno. Pero a veces su voz nos puede llegar a través de otras personas. Cuando después de la muerte de Jesús los apóstoles estaban pescando y no habían conseguido nada, Jesús desde la orilla, y sin que ellos lo reconocieran, les pregunta:
“Muchachos ¿Tienen algo para comer?” y ellos les respondieron: “No”. Entonces el Señor les dice: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Juan con esa orden se da cuenta y le dice a Pedro: “Es el Señor”. Juan lo debe haber dicho de una forma tan particular, que Pedro se tira al agua sin esperar que la barca llegue a la orilla. Pedro descubre que es el Señor por la voz de Juan, no por la de Jesús. A veces nuestras voces, pronunciando la palabra de Jesús a los demás, están haciendo que éstos descubran al Señor.

También nosotros debemos estar atentos a la voz del Señor que a veces nos llega por medios muy humildes, por los demás. A veces una persona sencilla, sin demasiados estudios, me dice una cosa más profunda que otra con más estudios. La gente sencilla tiene, a veces, una percepción de la fe que no tiene el que ha estudiado mucho y está con naturalidad con la voz de Jesús, permitiéndome a mí descubrir, en su sencillez, esa voz, esa peculiaridad del tono del Señor que me habla de esa manera.


Jesús es pastor porque es el que da la vida por sus ovejas. Esta es la señal por la que se puede reconocer a un pastor verdadero. Pero entre todos los pastores, Cristo es el único que hace esto con eficacia total, pues su sacrificio es único: es la oblación del Hijo al Padre según la voluntad de éste, para darnos vida sacrificando la suya. Y es pastor, además, porque da vida, no toma la vida de las ovejas como el ladrón que viene a sacar su provecho. El Señor se entrega a sus ovejas, entonces las ovejas pueden ir más libres, sin embargo el cayado del pastor les pone un límite para que no se desvíen del camino, ni para la izquierda ni para la derecha, es un signo de amor. El Pastor nos va guiando y cuando nos pone un límite está guiando nuestra libertad, para que esa libertad llegue a su fin, para que esa libertad sea más perfecta.



Arribamos entonces a que la imagen ideal de pastor encuentra su plena realización en Cristo. Él es el buen pastor que va en busca de la oveja extraviada; se apiada del pueblo porque lo ve «como ovejas sin pastor»
(Mt 9,36); llama a sus discípulos «el pequeño rebaño» (Lc 12, 32). Pedro llama a Jesús «el pastor de nuestras almas» (1 P 2, 25) y la Carta a los Hebreos «el gran pastor de las ovejas» (Hb 13,20).

Estamos en el Año C del ciclo de lecturas dominicales por lo que al IV domingo de pascua le corresponde del texto del relato evangélico del capítulo 10 de Juan, los versículos 27 al 30, o sea que es un texto bien breve que dice:

“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.

De Jesús buen Pastor el pasaje evangélico de este domingo subraya alguna de las características señaladas, refiriéndose al conocimiento recíproco entre ovejas y pastor: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen». Está claro lo que Jesús quiere decir con estas imágenes. Él conoce a sus discípulos
(y, en cuanto Dios, a todos los hombres); les conoce «por su nombre», que para la Biblia quiere decir en su esencia más íntima. Él les ama con un amor personal que llega a cada uno como si fuera el único que existe ante Él. Cristo no sabe contar más que hasta uno: y ese uno es cada uno de nosotros.

El hecho de que Jesús se presente como pastor, como buen Pastor, indica que Él no se entiende a sí mismo sin las ovejas. No hay un pastor que no tenga ovejas. Es tal la relación que Jesús establece con nosotros, que él mismo no se entiende sin nosotros. Así como no hay un padre que no tenga un hijo, tampoco hay un pastor sin ovejas.

En este texto se pueden distinguir tres personajes, las ovejas, Jesús mismo y el Padre. Al principio se muestra la relación de Jesús con sus ovejas y luego se pasa a la relación de Jesús con el Padre. Estas palabras de Jesús están pronunciadas en un contexto polémico. Los fariseos no creían en Jesús, por eso si leemos el versículo inmediato anterior, el 26, vemos que les había dicho: “ustedes no creen, porque no son de mis ovejas” Lo que distingue a las ovejas de Jesús es que escuchan su voz y lo siguen Hay que tomar en cuenta que en el lenguaje bíblico, “escuchar” es casi un sinónimo de “obedecer”, escuchan de verdad quienes obedecen, por eso Jesús habla de escuchar y luego de seguir.

Pero el centro real de este pasaje es: “Yo les doy la vida eterna a mis ovejas”. El conocimiento recíproco al que se llega por la docilidad de escuchar la palabra y por la docilidad de seguir a Jesús también había quedado subrayado con anterioridad en otros pasajes. Aquí lo más importante es la vida eterna como don del Pastor. Jesús es la vida y esta vida la da a sus ovejas y quiere que la tengan en abundancia. Los que entren en esta relación de conocimiento no perecerán jamás. Esta es una nueva manera de prometer la vida eterna. Nosotros bautizados nos sentimos reconfortados con estas palabras y no dejamos de tener presente nuestra propia responsabilidad ante un don así. Pues no se trata de una protección mecánica, como si nosotros no tuviéramos participación para nada en este don. El aceptarlo es un acto positivo: es escuchar y seguir, abriéndose así una perspectiva de lucha dura pero con la seguridad de que la victoria es posible.

El texto continúa con la imagen del Pastor que cuida las propias ovejas y las defiende, Jesús afirma que nadie podrá arrebatarlas de la mano de su Padre a quien Él se las ha confiado. Es que finalmente Jesús hace una de las afirmaciones más fuertes de su relación con su Padre: “El Padre y yo somos uno solo” El que estaba en el principio con Dios
(Jn1,1) tiene una comunión tan íntima con él, (Jn1,18, literalmente dice “está en su seno”) que puede afirmar que su Padre y él son uno. Esa es la unidad que también después pedirá para sus discípulos: “como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).
Según las palabras del Santo Padre el papa Francisco: En los cuatro versículos del evangelio del IV domingo de pascuas está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna. Regina Coeli, Plaza de San Pedro, IV Domingo de Pascua, 21 de abril de 2013 

 El relato evangélico del capítulo 10 de Juan ha inspirado el logotipo que identifica a este año jubilar de la Misericordia.
El logo -obra del jesuita Marko I. Rupnik- muestra al Hijo que carga sobre sus hombros al hombre extraviado, recuperando asi una imagen muy apreciada
en la Iglesia antigua, ya que indicaba el amor de Cristo que lleva a término el misterio de su encarnación con la redención.





El dibujo se realizó de manera que destaque a Jesús el buen Pastor que lleva sobre sus hombros a Adán
(y a cada uno de nosotros), tocando en profundidad la carne del hombre, haciéndolo con un amor capaz de cambiarle la vida.
La imagen circundada por el óvalo con forma de almendra, es la de Cristo (el Buen Pastor) que carga sobre sus hombros a Adán (la humanidad) herido por su pecado. Cristo lleva a la humanidad del pecado a la justicia, de la noche de la caída y la muerte a los albores de la resurrección y de la luz. Además, es inevitable notar un detalle particular: el Buen Pastor con extrema misericordia carga sobre sí la humanidad, pero sus ojos se confunden con los del hombre.
Cristo ve con el ojo de Adán y éste lo hace con el ojo de Cristo. Así, cada hombre descubre en Cristo, nuevo Adán, su propia humanidad y el futuro que lo espera, contemplando en su mirada el amor del Padre. Dios se comunica de tal manera a la humanidad que la humanidad es capaz de ver como Él ve. Por ello la humanidad es capaz de entender a Dios y de entender su propia identidad como hijos e hijas de Dios.


La escena está ubicada dentro de un óvalo o marco en forma de almendra conocido con el nombre de “mandorla”, que es una figura importante en la iconografía antigua y medieval por cuanto evoca la co-presencia de las dos naturalezas: divina y humana, en Cristo. La mandorla tiene su simbolismo, al ser una figura geométrica diseñada con dos círculos que se cortan lleva a otra dimensión: En su intersección se halla una persona, por la cual se debe pasar para recorrer el camino entre los dos círculos, los dos hemisferios o los dos mundos, el terrenal y el celestial.


La forma de almendra muestra tres óvalos concéntricos de color progresivamente más claro. Los colores se van volviendo progresivamente más claros a medida que llegan al exterior y esto quiere sugerir el movimiento de Cristo, que lleva a la humanidad fuera de las tinieblas del pecado y la muerte hacia la luz del amor y del perdón. Por otra parte, la profundidad del color más oscuro sugiere también el carácter inescrutable del amor del Padre que todo lo perdona.


Por su parte los colores utilizados simbolizan: el rojo la sangre, la vida y la divinidad de Dios; el azul al hombre; el blanco la luz eterna de Cristo; y el dorado a Adán y toda la humanidad redimida en su proceso de llegar a Dios a través de Jesucristo.


El Papa Pablo VI decretó que en el IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, se celebrara anualmente la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Así, pues, la Iglesia nos invita a que en ese Domingo y durante toda la semana que con él se inicia elevemos todos juntos nuestras fervientes plegarias al Dueño de la mies
(ver Mt 9,38) por todos aquellos que antes de haber nacido (ver Jer 1, 5) han sido sellados y son llamados a ser en Cristo buenos pastores para su pueblo, ya sea mediante el sacerdocio ministerial o también mediante la vida consagrada a Él.

“Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús”, dice Francisco; una mirada misericordiosa que, a su vez, transforma la mirada de quien la experimenta, hasta hacer de las dos una sola, como en el logotipo de este Año Jubilar, en que se funden los ojos de Jesús y de la persona que lleva a hombros. Eso explica por qué, como afirmó el Santo Padre en su viaje a Cuba del año pasado, “la mirada de Jesús genera una actividad misionera”. Y es que, precisamente en este punto, en torno a la mirada de Jesús, comprendemos la relación entre “misión”, “pasión” y “compasión”.

Hoy, más que nunca, debemos pedir por los sacerdotes. Estamos de lleno en el Año de la Misericordia. No es fácil siempre abrir el corazón y brindarlo ante un ambiente hostil, cuando no de rechazo, incluso a los que llevan en sus manos el Evangelio. Nunca ha sido fácil ser sacerdote (ni tampoco cristiano) pero, hoy más que nunca, la Nueva Evangelización depende y mucho de “los nuevos pastores” que se han de dar, engendrar y potenciar especialmente en la familia. Recemos especialmente por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Recemos intensamente por todos aquellos que de este modo son bendecidos por Dios, para que sepan ser sensibles a su voz y sepan responder con decisión, con coraje y generosidad a tal llamado. Recemos también por la fidelidad de todos aquellos que han respondido ya al llamado del Señor, para que permanezcan siempre fieles a su llamado en medio de las múltiples pruebas y situaciones adversas que se les puedan presentar. Recemos por todos ellos esta semana, pero también
cada día, especialmente en familia. Esta oración es un deber de todo católico coherente y de toda familia cristiana.







Y para finalizar esta charla he buscado -dentro de los tantos consagrados en cuerpo y alma al Ministerio Sacerdotal que han cumplido su misión de buen pastor hasta el límite de la entrega de la propia vida-, la historia de uno, tal vez, poco conocida, la de José de Veuster que con el tiempo llegaría a ser San Damián de Molokai.

El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica. De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar. De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes". Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿Qué será lo que a este niño le espera en el futuro?

De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar .A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por los modos de campesino de comportarse y de hablar. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.

A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María donde luego, como novicio, toma el nombre de Damián. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.

En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "Yo nunca me confieso. Soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años más tarde esto se cumpliría de manera formidable.

Poco después de llegar a Honolulú fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai, las primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo. Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.



Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza, en una isla maldita. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayuda. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.

Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue. En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho: "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo". Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados. Con tristeza escuchaba la risa de los borrachos, el llanto de los moribundos, los aullidos de los perros salvajes que devoraban a los muertos. Allí no había ley ni protección para nadie. Los niños y las mujeres vivían con temor por la frecuente violencia. La gente vivía sin esperanza y sin paz. Se consideraba aquel lugar como un infierno en la tierra.

El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos más abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.

Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.


El Padre Damián transformó aquel infierno con el poder del amor divino en una comunidad de y amor y paz. Por años sirvió solo como santo sacerdote ocupándose tanto las necesidades espirituales como las corporales. Bajo su supervisión se construyó la iglesia a la que nombró Santa Filomena, un hospital, enfermería, escuela, viviendas, etc. Su entrega llena de fe tornó aquel lugar abandonado de todos en una ejemplar comunidad donde se atendía a todos con esmero.

Para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dio cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo".


La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad". Pero él añadía: "No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios". A pesar de sus grandes sufrimientos y con su cuerpo deformado, continuó su ministerio hasta el fin de su vida.

Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.


Y el 15 de abril de 1889 , a los 49 años,” el leproso voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad. Fue enterrado junto a la Iglesia de Santa Filomena en Molokai, Hawai. En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra y el 11 de Octubre de 2009 el Papa Benedicto XVI lo canonizó.

En 1936, el cuerpo del Padre Damián, que había siempre vivido en la mayor pobreza por amor al prójimo, fue trasladado a la majestuosa catedral de Antwerp, Bélgica. El barco que le traía fue recibido por el cardenal primado de Bélgica, Van Roey, los obispos, el gobierno encabezado por el rey Leopoldo III y una gran multitud.

Una estatua de bronce del Padre Damián en el Capitolio de EE.UU. representa el estado de Hawai. Una réplica está en la Legislatura estatal de Hawai.

El primero de diciembre del 2005 el Padre Damián fue escogido por una encuesta nacional belga como el belga más grande de todos los tiempos.






“Hasta este momento me siento feliz y contento,

y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo:

-Me quedo para toda la vida con mis leprosos-”.


 


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