Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El Adviento es un tiempo favorable para emprender un cambio del corazón y para dar un nuevo y decisivo paso en nuestro caminar espiritual, como preparación por la espera de Jesús.



Camino del Adviento



Segunda parte

¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre!

¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios!

Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades;

Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura;

Él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud. 

 Salmo 102 ,103.

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imagen de Aci Prensa



El próximo domingo 27 comienza el tiempo litúrgico del Adviento. Con más precisión diremos que inicia en las vísperas de dicho domingo y habrá de terminar antes de las vísperas de la Navidad, o sea en la tarde del 24 de diciembre. Como habíamos visto en la última charla, el domingo de inicio de este tiempo es el cuarto anterior al 25 de diciembre y a partir de dicho domingo el Adviento se extiende por cuatro semanas, aunque la cuarta se interrumpe por la celebración de la Navidad. Por esta razón su duración puede variar, según los años, entre veintiocho y veintiún días. Los domingos de este tiempo se conocen como 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. 

El inicio de este tiempo es también el comienzo del nuevo año litúrgico que, por corresponder al ciclo dominical A, nos habrá de introducir en la lectura del Evangelio de Mateo.

Tomemos como punto de partida la palabra “Adviento”; este término no significa “espera”, como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa “lo que está por venir”, o mejor dicho, “llegada”, “presencia”, “presencia comenzada”, una presencia que ya ha comenzado. O sea, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda tres cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, que Él ya está presente de una manera oculta, pero también que un día su presencia será total. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir.

A esto se refería San Bernardo cuando en sus sermones hablaba de que el Adviento recuerda que CRISTO VINO EN LA CARNE Y EN LA DEBILIDAD que VIENE EN EL ESPÍRITU Y EN EL AMOR y que VENDRÁ EN LA GLORIA Y EN EL PODER.
SU PRIMERA VENIDA SE REALIZÓ CUANDO EL VERBO DIVINO SE HIZO HOMBRE EN EL SENO PURÍSIMO DE MARÍA y nació -niño débil y pobre- en el pesebre de Belén, la noche de Navidad hace veinte siglos.


LA VENIDA CONSTANTE es en la vida íntima de las almas. Por la acción misteriosa del Espíritu de Amor, Jesús está naciendo constantemente en las almas, su nacimiento místico es un hecho presente o mejor dicho es de ayer, y de hoy, y de todos los siglos.

LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO -QUE SERÁ EN LA GLORIA, EL PODER Y EN EL TRIUNFO- es la que clausurará los tiempos e inaugurará la eternidad. Jesús vendrá, no a redimir, como en la primera venida, ni a santificar, como en las constantes; sino a juzgar, para hacer reinar la verdad y la justicia, para que prevalezca la santidad, para que se establezca la paz, para que reine el amor. Al revivir la espera gozosa del Mesías en su Encarnación, preparamos el Regreso del Señor al fin de los tiempos: Vino, Viene y Volverá. El Adviento es, a la vez, un tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad en que se conmemora la primera Venida de Hijo de Dios entre los hombres y un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a esperar la segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos. Por tanto es un tiempo litúrgico de dimensión escatológica, un tiempo que nos recuerda que la vida del cristiano no termina acá, sino que
Dios nos ha destinado a la eternidad, a la salvación. Esta esperanza escatológica supone una actitud de vigilancia, porque el Señor vendrá cuando menos lo pensamos. Por eso es el tiempo de re-encontrar, en el fondo de uno mismo, todo lo que puede ser salvado; volverse hacia Cristo. Volverse hacia Cristo es lo que llamamos “Conversión”, con la seguridad de que sólo de Él viene la salvación, que sólo Él puede liberarnos de nuestras miserias, de todo aquello que nos esclaviza o nos impide crecer.

El tiempo de Adviento no es un tiempo, al estilo de la Cuaresma, que busca la conversión por el hecho de conocer el sacrificio de Jesús por nosotros en la cruz. El Adviento es un tiempo favorable para emprender un cambio del corazón y para dar un nuevo y decisivo paso en nuestro caminar espiritual, como preparación por la espera de Jesús.






Es un tiempo para hacer con ESPECIAL FINURA EL EXAMEN DE NUESTRA CONCIENCIA Y DE NUESTRO INTERIOR A FIN DE PREPARARNOS PARA RECIBIR A DIOS. 


Es el momento para ver cuáles son las cosas que nos separan de Él, las que nos hacen llegar a este tiempo con la mirada baja, descorazonados por los golpes de la vida, los conflictos en familia, la enfermedad, la falta de dinero, el cansancio físico o mental, las que nos asaltan cuando cedemos a nuestros caprichos; cuando dejamos que la codicia seque nuestro corazón; cuando almacenamos rencores y odios que carcomen el alma; cuando nos hundimos en las pasiones; cuando nos volvemos indiferentes ante las injusticias y la pobreza que afligen a tantos hermanos nuestros, cuando hemos permitido que el mal contamine nuestro espíritu y nos hemos rendido a la desesperación llegando a pensar que ni Dios puede perdonar nuestros pecados… Cosas que se convierten en ocasión de amargura, de frustración, de encerramiento en uno mismo, por no haber sabido en esos momentos mirar al cielo y pedir, humildemente, ayuda, consuelo, perdón.

Pero esto cambia profundamente si en este tiempo de Adviento somos capaces de levantar la mirada al cielo y nos dejamos tocar por la bondad del Padre; cuando comprendemos que es el tiempo para el cambio; cuando escuchamos al Hijo y nos dejamos limpiar por su Amor crucificado; cuando permitimos al Espíritu Santo tocar nuestro corazón y ponemos a la obra sus continuas insinuaciones y consejos, cuando quitamos espinas y abrojos asfixiantes y como el águila del salmo con el que comenzamos esta charla, renacemos para ser hombres nuevos que
–aun teniendo los pies en la tierra- esperamos la llegada del Señor que viene del cielo.


Y esto nos lleva a esclarecer el significado que envuelve la alusión al águila que hace el salmo. ¿Qué quiere decir con eso de “rejuvenecerse como el águila”? ¿Cómo se rejuvenece un águila?

El águila es el ave que vive más tiempo llegando a alcanzar hasta 70 años. Sin embargo, para llegar a esa edad, alrededor de los 40 años tiene que tomar una seria y difícil decisión. A esa edad el águila se encuentra en una fase decisiva y delicada de su vida: sus uñas curvas y flexibles no consiguen alcanzar las presas de las que se alimenta y su pico alargado y puntiagudo se curva apuntando contra el pecho, lo que le complica el cazar y el alimentarse. Sus alas están envejecidas y pesadas porque las plumas están más gruesas y se le hace cada vez más difícil volar.





Es allí donde al águila le quedan sólo dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación. El proceso consiste en volar a la cima de una montaña y refugiarse en un nido próximo a una pared, donde ya no necesite volar. Al conseguir ese lugar el águila empieza a golpear la pared con su pico hasta conseguir arrancarlo, siendo este un proceso muy doloroso que además le impedirá durante 15 días comer. Pero luego le va a aparecer uno nuevo, como la cutícula de una uña. La propia fisiología del águila hace que un pico nuevo y filudo comience a salir.

Es entonces que con el nuevo pico se empieza a arrancar una a una las plumas de las alas, siguiendo con las de la cola. Es que una vez desprendidas las viejas empezaran a salirle nuevas plumas. El águila con el nuevo pico, ya fuerte y filudo, se arranca a continuación las garras de las patas, donde luego aparecerán las nuevas garras. Al término de este proceso que dura más o menos 150 días el águila se lanza a volar completamente rejuvenecida. Esta es una operación que puede hacer una sola vez en su vida y que le permitirá vivir otros 20 a 30 años más.

Para que el águila pueda vivir tiene que violentarse a sí misma, arrancándose las cosas viejas, para poder nacer y vivir en una nueva vida. Aplicando esto a nuestra vida espiritual, el apóstol Pablo nos dice en
Efesios 4,22 “desháganse ustedes del hombre viejo, de la vieja naturaleza que está corrompida, engañada por sus malos deseos”.





El Adviento nos incita a levantar la mirada y animados por la fuerza del Espíritu Santo acometer nuestro propio resurgimiento, a arrancar de nuestra vida todo lo que nos aplasta y nos impide ese vuelo al infinito, ese empezar desde ahora a vivir el Reino de Dios que Jesús nos tiene prometido y poder llegar así al día de Navidad totalmente limpios y llenos de la gracia de Dios. Para eso acerquémonos al sacramento de la reconciliación con la alegría, el gozo y la confianza en un Dios que nos ama y que viene a nuestro encuentro para dar un nuevo sentido a nuestra vida. Él está a la puerta y llama, pero jamás forzará la entrada. La puerta que da acceso a nuestros corazones sólo puede ser abierta desde dentro.

Dios se encarnó en el hombre Jesús de Nazaret, para redimirnos del pecado que está dentro de cada uno de nosotros y enseñarnos la verdadera Verdad y el verdadero Camino para llegar a la verdadera Vida, la vida que está en Dios y es Dios mismo. No desperdiciemos este tiempo de Adviento, encendamos la vela de nuestra esperanza cristiana y caminemos, alegres, al encuentro de nuestro Dios que su misericordia es infinita. Y a pesar de todas las crisis en las que nos toque vivir, aunque no nos falten preocupaciones; aunque asome el maligno en forma de tentación y de abandono, pintemos nuestro mundo de color esperanza, desprendámonos de los miedos y las angustias que nos puedan acometer porque una vez llenos de la gracia de Dios no hay mal, ni dolor que nos pueda abatir, será su fuerza y no la nuestra la que nos sostendrá. Esperanza es tener la certeza de que Dios nos ama y que nuestra vida está en sus manos, es revestirnos de Cristo y de su mirada para que la nuestra nos permita apreciar el presente y su entorno con una nueva luz, la luz de sus ojos. Recién entonces seremos capaces de intentar un mundo nuevo, sin miedos, sin incertidumbres, sin la locura del tener, de la violencia, del poder, de la insolidaridad,



Pasando al esquema litúrgico del Adviento éste permite distinguir dos periodos: en el primero que finaliza el 16 de diciembre, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico, del final, de la parusía, de la vuelta del Señor, la liturgia nos invita a estar en vela, en una espera vigilante, manteniendo una especial actitud de arrepentimiento y nos llama a la conversión, a preparar los caminos del Señor y acoger a ese Señor que viene a poner su morada entre nosotros y que vendrá nuevamente al final de los tiempos. Las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: su venida al final de los tiempos, su venida ahora, cada día, y su venida hace dos mil años



El segundo periodo que va desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, que es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, pone la atención en la venida histórica del Señor, se orienta más directamente a la preparación de la Navidad. Se nos invita a vivir con más alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. Los evangelios de esos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús.

En orden a hacer sensible esta doble preparación de espera y conversión, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos o cantamos el Gloria, se reduce la música con instrumentos y los adornos florales, las vestiduras son de color morado que simboliza austeridad y penitencia, el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura este tiempo, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque algo le falta. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa significada por solemnidad de la fiesta de Navidad.

Como habíamos visto el Adviento se extiende a lo largo de cuatro semanas en las que Domingo a Domingo nos vamos preparando para la venida del Señor:

 
 
La primera de las semanas de Adviento está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela: "Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento", manteniendo una especial actitud de conversión. Nos llama a estar despiertos para Dios y para los demás hombres, con la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo. La fiesta de nuestra Madre, la fiesta de la Inmaculada, aparece como faro que nos ayuda a vivir en la esperanza.

La segunda semana la liturgia nos mueve a reflexionar con la exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, porque el Reino de los Cielos está cerca"; el mensaje es el de la paciencia y de la preparación activa y eficaz para la Venida del Señor. No se espera al Señor que vendrá con los brazos cruzados sino en actividad, en el esfuerzo por contribuir a construir un mundo mejor, más justo, más pacífico donde se viva la fraternidad y la solidaridad.



La tercera semana centrada también en el Bautista, nos orienta con más fuerza hacia la persona de Aquél que viene; el mensaje es el de la alegría porque su venida está muy cercana. Esta semana se inicia con el domingo de “Gaudete”, así llamado por ser la primera palabra del canto de entrada “Alegrense…”, preanunciando ya la alegría mesiánica: ¡el Señor está cerca! El gozo de esta cercanía se refleja en las flores, en la música y en las vestiduras litúrgicas, que por un día dejan el morado penitencial para transformarse en rosa.
Durante esta semana tiene lugar la celebración de la Virgen de Guadalupe, y precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María que se prepara para ser la Madre de Jesús y que, además, está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio de su fiesta nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”   

Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del Hijo de Dios al mundo. María es figura central, ella encarna toda una espera de siglos del pueblo de Israel, toda la santidad del Antiguo Testamento, ella va a ser la virgen fiel que se abre al designio de Dios sobre su propia vida, que obedece a Dios, que quiso penetrar de lleno el misterio que Dios le proponía que superaba las concepciones humanas, los planes humanos, su entrega es modelo y estímulo de nuestra entrega.
Así como decíamos que el Adviento conmemora tres venidas: la venida del Señor al final de los tiempos, la venida al alma y la venida en la carne, así hay tres personajes que se destacan en el Adviento, que son el Profeta Isaías, San Juan Bautista y la Santísima Virgen María. Son los grandes personajes del Adviento.

 
Isaías es el profeta del Adviento. En sus palabras resuena el eco de la gran esperanza que confortará al pueblo elegido en tiempos difíciles y trascendentales, en su actitud y sus palabras se manifiesta la espera, la venida del Rey Mesías. Él anuncia una esperanza para todos los tiempos. En nuestro tiempo conviene mirar la figura de Isaías y escuchar su mensaje que nos dice que no todo está perdido, porque el Dios Fiel en quien creemos no abandona nunca a su pueblo, sino por el contrario, le da la salvación. Durante el Adviento se proclaman las páginas más significativas del libro de Isaías, que constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos


Juan Bautista, el Precursor, es otro de los personajes del Adviento; es el último de los profetas, en su persona y en sus palabras nos resume toda la historia anterior en el momento en que ésta alcanza su cumplimiento, él prepara los caminos del Señor, nos invita a la conversión, anuncia la salvación, señala a Cristo entre los hombres. Las palabras de invitación a la penitencia de Juan el Bautista cobran una gran actualidad hoy, su invitación es importantísima; para recibir al Señor hay que cambiar nuestra mentalidad engendradora de malas acciones, para encontrarnos con Él después de nuestro cambio interior.
 María, la Madre del Señor es el tercer personaje del Adviento. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. María espera al Señor cooperando en la obra redentora. Ella es la figura central de la última semana. Su actitud de confianza y esperanza activa es un modelo a seguir.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada al comienzo del adviento
(8 diciembre), no es un paréntesis o una ruptura de la unidad de este tiempo litúrgico, sino parte del misterio.
María inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida, el fruto más espléndido de la venida redentora de Cristo. Ella, como canta el prefacio de la solemnidad, quiso Dios que "fuese... comienzo e imagen de la iglesia, esposa de Cristo llena de juventud y de limpia hermosura".

La Corona de Adviento es un signo muy popular de este tiempo sin ser litúrgico en sentido estricto y sin ser obligatorio. Durante el Adviento se coloca en las iglesias y también en algunos hogares una corona de ramas de pino, llamada Corona de Adviento, que encuentra sus raíces en las costumbres pre-cristianas de los germanos
(Alemania). Ellos durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera. Pero la corona de adviento no representa una concesión al paganismo sino, al contrario, es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. Él vino para hacer todas las cosas nuevas.

En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el Adviento: Aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.

La Corona de Adviento se hace con follaje verde sobre el que se insertan cuatro velas. Tradicionalmente las velas de la Corona de Adviento son tres moradas y una rosada que se enciende el Tercer Domingo de Adviento. El color morado representa el espíritu de vigilia, penitencia y sacrificio que debemos tener para prepararnos adecuadamente para la llegada de Cristo. Mientras que la rosada representa el gozo que sentimos ante la cercanía del nacimiento del Señor. El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una vela más hasta llegar a la Navidad. Mientras se encienden las velas se hace una oración y se entonan cantos. Si no hay velas de esos colores se puede hacer la corona con velas blancas, ya que lo más importante es el significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo.

La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el sacerdote. En algunas parroquias o colegios se organiza la bendición de las coronas de Adviento. Si no se pudo asistir a estas celebraciones, la podemos llevar a cabo nosotros con la siguiente oración:
Señor Dios, bendice con tu poder nuestra corona de adviento para que, al encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén. La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre esta Corona y sobre todos los que con ella queremos preparar la venida de Jesús.
Como expresión de alegre expectación, cada semana se realiza el rito de encender las velas correspondientes: el primer domingo de Adviento, una, el segundo, dos, el tercero, tres, el cuarto y último, las cuatro. El progresivo encendido de estos cirios nos hace tomar conciencia del paso del tiempo en el que esperamos la última y definitiva venida del Señor.
La corona de adviento encierra varios simbolismos:
 

 La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

 Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida. Las ramas representan que Cristo está vivo entre nosotros, y el color verde recuerda la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la esperanza que debemos cultivar durante el Adviento. El anhelo más importante debe ser el llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre, así como el árbol y sus ramas.


Las cuatro velas: Representan cada domingo de Adviento. Las velas permiten reflexionar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo, como las velas de la Corona. En este sentido, así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando cada vez más con la cercana llegada de Cristo al mundo.

 Las manzanas rojas que adornan la corona: Representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
 

 El listón rojo: Representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve





En este Adviento preparemos, ante todo, nuestros corazones para recibir al Dios - Amor que se hace presente en la historia de los hombres y que quiere venir a nosotros y entrar más adentro en nuestras vidas. Limpiemos la casa de nuestra conciencia con el sacramento de la reconciliación y acrecentemos nuestro amor agradecido a ese Dios que ya viene, que ya se acerca, trayéndonos nuevas luces y gracias.





Oraciones para rezar al encender las velas de la Corona de Adviento
 puedes descargarlas