Un Camino de Gracia

¡Oh, santísima Madre de Dios! Alcanzadme el
amor de vuestro divino Hijo para amarle, imitarle y
seguirle en esta vida y gozar de El en el Cielo. Amén.

sábado, 24 de octubre de 2015

En la Eucaristía, no solamente ofrecemos el Sacramento Pascual de Cristo, sino que entramos en él, nos incorporamos a él y nos ofrecemos juntamente con él. ."




LA EUCARISTÍA

Continuación de la Primera Parte:
Definición , Celebrantes ,Finalidad , Raíces del Rito

Eucaristía y Vida




Que es La Eucaristia
Este viernes iniciaremos el tema de la celebración litúrgica de la Eucaristía o sea de LA SANTA MISA y comenzaremos procurando precisar su significación. La Misa es la reunión del pueblo de Dios para celebrar el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo ofrecido a Dios Padre en el altar de la Cruz, para la redención (perdón) de los pecados de todos los hombres. Es la renovación y actualización del sacrificio de la cruz. “Es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús”.



Memorial es hacer vivo y real un acontecimiento salvífico que tuvo lugar en tiempos pasados. Así el calvario es el primer Altar, el Altar verdadero, después todo Altar se convierte en Calvario. Es decir, es la misma realidad actual y palpitante, aunque expresada de otra manera, de modo sacramental, sin derramamiento de sangre. La Eucaristía no repite, no es imagen, la Eucaristía no recuerda “a”, ni se recuerda “la”, la Eucaristía es la Última Cena que se actualiza y se hace nuevamente presente, la Eucaristía es el mismo Misterio Pascual, no es una repetición ni una copia, es el mismo sacrificio de Cristo y cuando decimos sacrificio de Cristo estamos hablando de Misterio Pascual, de Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Celebrar el memorial es actualizarlo y hacerlo presente acá y ahora, traerlo hoy a este lugar y a este momento con la misma eficacia, con la misma gracia y con la misma presencia del Señor. Porque es Cristo mismo el que se hace presente, no es ni una imagen de Cristo, ni representa a Cristo, ni es una imagen de la Última Cena, ni su teatralización. Se está celebrando el Misterio Pascual y Cristo mismo actualiza la salvación para cada uno de nosotros cada vez que se celebra la Eucaristía. En una palabra, es el memorial de su infinito amor, pues en cada Misa el amor infinito y eterno de Jesús se hace palpable y se sigue ofreciendo por nuestra salvación.

Este amor de Jesús se hace presente al entregarse a cada uno en la comunión y al encarnarse de nuevo entre nosotros, como en una nueva Navidad, en el momento de la consagración. La razón y los sentidos nada ven en la Eucaristía sacramento, sino pan y vino, pero la fe nos garantiza la infalible certeza de la revelación divina; las palabras de Jesús son claras: «Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre» y la Iglesia las entiende al pie de la letra y no como puros símbolos. Con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, los católicos creemos, que «el cuerpo, la sangre y la divinidad del Verbo Encarnado» están real y verdaderamente presentes en el altar en virtud de la omnipotencia de Dios.

El Cristo Eucarístico se identifica con el Cristo de la historia y el de la eternidad. No hay dos Cristos sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo del sermón de la montaña, al Cristo de la Magdalena, al que descansa junto al pozo de Jacob con la samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos y sentado a la diestra del Padre. No es un Cristo el que posee la Iglesia de la tierra y otro el que contemplan los bienaventurados en el cielo: ¡una sola Iglesia, un solo Cristo!

Además de ser un sacrificio y un memorial, la Eucaristía es también un banquete sagrado. En ese banquete Jesús nos alimenta con su propio Cuerpo y Sangre, como había prometido en Cafarnaún: “Yo soy el pan de vida: el que viene a mí no tendrá hambre; y el que cree en mí no tendrá sed jamás...”.



LOS CELEBRANTES





Desde el principio del cristianismo la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia. En su celebración participa toda la comunidad, es decir el cuerpo místico de Cristo con Él a la cabeza. Él es el actor principal de la Eucaristía, Él es Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. Él mismo es quien preside la celebración a través del sacerdote que actúa “en persona de Cristo”. En el Calvario hubo un solo Sacerdote que fue Jesucristo; en la Misa hay dos; uno invisible y principal: Jesucristo, y otro visible, secundario e instrumental: el sacerdote celebrante.

El sacerdote no actúa nunca por sí solo, sino siempre en y con el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, cuyos miembros están representados por el sacerdote ministro. Pero esto no es óbice a que los asistentes asuman la parte que les es propia en la celebración, y para dejar más claro sus alcances es bueno traer a colación la anécdota del domingo aquél en que, unos minutos antes de la Misa, aparece en el templo un sacerdote diciendo: “Los que hayan venido a oír Misa, por favor, que levanten la mano”. Claro que la levantaron prácticamente todos. “Pues ya se pueden marchar –añadió el sacerdote- porque aquí ni se dice, ni se oye Misa, se celebra”. Verdaderamente “oír Misa” o “decir Misa” son expresiones poco conformes con la visión teológica y litúrgica del Concilio Vaticano II. Antes de la renovación litúrgica muchos veían la Misa como una acción del sacerdote (él decía la Misa) y los fieles la oían. El Concilio dejó claro que el sacerdote no celebra él personalmente la Misa, él la preside como ministro, porque la Misa es una acción de toda la Asamblea, en la cual cada miembro, ministro o fiel, debe hacer todo y sólo aquello que le corresponda.

Así los asistentes, que han sido incorporados al pueblo de Dios mediante el Bautismo, participan cada uno según su propia condición. Algunos cumplen determinados ministerios dentro de la comunidad eclesial, son los ministros de la Eucaristía, los lectores, los salmistas, los cantores, los acólitos, los monitores que ayudan a la comunidad a seguir el ritmo de la celebración. El resto de los fieles también tienen una participación activa y consciente, que puede ser externa, interna y sacramental:


Participación Externa

La participación exterior que debe favorecer la participación interior, es decir, profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra, comprende:
 

* Las aclamaciones, y respuestas del pueblo, respondiendo litúrgicamente al sacerdote y dialogando con él.
 

*Las oraciones y cantos de los fieles que dirán con voz clara las partes que les corresponden.
 

* Las acciones, gestos y posturas corporales. Cuando celebramos el culto toda nuestra persona participa, cuerpo, alma y espíritu. Nuestras experiencias espirituales toman forma a través de los gestos y actitudes de nuestro cuerpo. En la celebración de la Eucaristía los gestos de nuestro cuerpo nos ayudan a manifestar nuestra actitud interior y nos unen con el resto de la comunidad que celebra como un solo corazón. Todos estamos de pie, todos cantamos, etc. La actitud muchas veces dice más que la palabra y así:

· Estar de pie significa estar listo, atento y mostrar respeto. Estar de pie es una actitud de liberación, ya no somos esclavos ni tenemos vergüenza ante Dios, ahora somos hijos de Dios. Ejemplo: nos ponemos de pie al inicio de la Misa, al momento de la lectura del Evangelio, en el Prefacio (santo), etc. De rodillas es un gesto que implica la actitud de humildad de quien reconoce la grandeza de Dios. Es una actitud típicamente penitencial, signo de arrepentimiento. 

También es una actitud de oración individual, de meditación. Es la actitud de adoración frente al Santísimo reconociendo la grandeza de Dios y la pequeñez de la persona.
 
-Estar sentado es la actitud adecuada para escuchar. Nos sentamos para las lecturas y la homilía. 


-Caminar o ir en procesión revela la actitud de quien se pone en el camino del Señor y va hacia él. Caminamos en la procesión de entrada junto con el celebrante, en la presentación de los dones, cuando nos acercamos a comulgar. Somos el pueblo peregrino en marcha hacia Dios. 


-Santiguarse es signo de pertenencia a Cristo. Es la señal de nuestra salvación y signo de que estamos bajo la protección de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se usa al inicio y final de la Misa. La señal de la Cruz es el recuerdo simbólico del Bautismo que nos hace pueblo real y sacerdotal. 


-Persignarse: Antes de la proclamación del Evangelio hacemos tres veces la señal de la cruz, en la frente, en la boca y en el pecho. El gesto en la frente indica una necesidad interior para entender la palabra de Dios, en la boca una disposición para proclamarla y en el pecho una gran voluntad para hacerla parte de nuestra vida diaria. 


-Inclinar la cabeza o medio cuerpo indica respeto, reconocimiento de la superioridad de Dios, es una actitud de humildad.


- Golpearse el pecho es el acto penitencial de reconocer las propias culpas. Indica pena y dolor por las faltas cometidas y humildad frente a Dios. 


-El silencio que cuidadosamente se debe observar en algunos momentos es una actitud de adoración o de meditación.


Participación Interna

Uniéndose con atención y afecto al Sacrificio de Cristo y ofreciéndose con Él. La primera es ofrecer, como nuestra, al Padre celestial, la inmolación de Jesucristo, por lo mismo que también es nuestra inmolación. La segunda consiste en aportar al Sacrificio Eucarístico nuestras propias inmolaciones personales, ofreciendo nuestros trabajos y dificultades, sacrificando nuestras malas inclinaciones, crucificando con Cristo nuestro hombre viejo.

En la Eucaristía, no solamente ofrecemos el Sacramento Pascual de Cristo, sino que entramos en él, nos incorporamos a él y nos ofrecemos juntamente con él. Nos ofrecemos en nuestra vida: con nuestras alegrías y nuestros disgustos, con nuestros esfuerzos y renuncias, y con las elecciones que hemos tenido que hacer para seguir siendo dignos de nuestra condición de cristianos, de seguidores de Cristo. Ofrecemos lo que sufre la Iglesia. Lo que sufre la humanidad. Lo que nos toca sufrir a cada uno. Y así nuestras inmolaciones personales son elevadas a ser inmolaciones eucarísticas de Jesucristo, quien, como Cabeza, asume y hace propias las inmolaciones de sus miembros.

Ofreciendo la Misa salvamos la humanidad y glorificamos a Dios Padre en el acto más sublime que puede hacer el hombre. El sacerdote y los fieles son uno con Cristo, «por Cristo, con Él y en Él» ofrecemos y nos ofrecemos al Padre.





Participación Sacramental

Es la más perfecta. Recibiendo la comunión se llega a la plenitud y perfeccionamiento de la participación de los fieles en la Misa. Es la que da esa expresión de participación en función del sacrificio-banquete, comida para enriquecer la vida espiritual.

En la Eucaristía sacramento, Dios se nos da, sin reserva, sin medida, nos deja en el alma a la Trinidad Santa, premio prometido sólo a los que coman su Cuerpo y beban su Sangre. Somos asimilados por la divinidad que nos posee y podemos con toda verdad decir como San Pablo: «ya no vivo yo, Cristo vive en mí» (Gál 2,20). 





EUCARISTÍA Y VIDA

Si bien hemos analizado la participación que como fieles nos corresponde en la liturgia eucarística ella no tiene sentido si es el ratito no más que voy a Misa y después me olvido. San Agustín les decía a los cristianos “Hay que vivir lo que uno celebra”. Es como que en un momento nos encontramos con Dios y después salimos de Misa y no somos coherentes en nuestro proceder con ese encuentro salvífico. A veces nos pasa que separamos la Liturgia de la vida. La oblación de Cristo nos parece sublime, pero después nos olvidamos que esa ofrenda nos incluye y que cuando decimos “Amén” en la liturgia, el Señor nos toma la palabra.

No tiene sentido si vamos a Misa y no buscamos en la liturgia y en ese amor de Jesús la fuerza para que toda nuestra vida esté unida profundamente a esa Eucaristía; que toda ella sea acogimiento de Dios, escucha de la Palabra, docilidad al Espíritu, renovación de la Nueva Alianza; que ella entera sea don gratuito de Dios para los hermanos. Es en la Eucaristía donde encontraremos la manera de amar como Él amó, y en ella debemos buscar la fuente de ese amor oblativo que nosotros por sí solos no somos capaces de tener.

De ahí que sea tan importante penetrar el alcance de cada uno de los momentos que hacen a esa celebración y una renovada y más profunda comprensión de nuestra participación en ella. La participación no solo debe ser activa sino consciente, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra, comprendiendo la Palabra de Dios y las Plegarias Eucarísticas; comprendiendo el significado y el valor de las acciones sacramentales. Solo así la participación será fructuosa para nuestro vivir cristiano. La Misa no es un paréntesis en la vida diaria, es vida y vida intensa.


FINES DEL SACRIFICIO DE LA MISA 






Siendo el Sacrificio de la Misa el mismo Sacrificio del Calvario, sus fines resultan también idénticos. De acuerdo a la enseñanza del Concilio de Trento son cuatro los fines de la Misa:

1) Alabar a Dios, reconociéndolo como Ser Supremo (fin latréutico).

El fin principal de la Misa es dar a Dios la adoración y alabanza que sólo El merece. Este acto se realiza por la inmolación en su honor de la Víctima de infinito valor: el Hombre-Dios.

Cuando la Iglesia celebra misas en honor de los santos, no ofrece el sacrificio a los santos, sino sólo a Dios. La Iglesia hace tan sólo conmemoración de los santos con el fin de agradecer a Dios la gracia y la gloria concedidas a ellos, y con el propósito de invocar su intercesión.

2) Darle gracias por los beneficios recibidos (fin eucarístico).

La Misa realiza de manera excelente el deber de agradecimiento, pues sólo Cristo, en nuestro nombre, es capaz de retribuir a Dios sus innumerables beneficios para con nosotros.

3) Moverlo al perdón de los pecados (fin propiciatorio), toda vez que el mismo Cristo dijo: ”Esta es mi sangre, que será derramada para el perdón de los pecados" (Mt. 26, 28).

A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante, méritos remisores de los pecados de vivos y difuntos.

4) Pedirle gracias o favores (fin impetratorio), pues la Misa tiene la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.


EL ORIGEN DE LOS RITOS

Terminada esta, un poco extensa, parte introductoria, entremos ya en la de los ritos. De los ritos de la celebración eucarística, la gran mayoría tiene su origen en la celebración de la Pascua judía. Recordemos que la Última Cena, la cena llevada a plenitud por Cristo, era la celebración de la Pascua judía. La cena era en familia y con el peregrino y capitaneaba la cena el padre de familia, la cabeza. En la celebración de la Pascua judía tenemos purificaciones con agua, lectura de los profetas y de los salmos, tenemos panes ácimos, tenemos vino, verduras amargas, tenemos la cabeza, tenemos la familia reunida. Lo que sea alimento y bebida queda sintetizado por medio del pan y el vino como exponentes de toda la creación. En la Pascua cristiana (la celebración eucarística) tenemos Cabeza, Cristo: la presidencia del sacerdote; tenemos la familia reunida en torno a la mesa: el pueblo fiel, pueblo de Dios. El antiguo pueblo de Israel se transforma en el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. También tenemos lectura de la palabra, tenemos pan y vino. Tenemos purificaciones con el acto penitencial que es un lavado del corazón y con un rito externo, figurado en el lavado de manos del sacerdote, rito a través del cual toda la asamblea se lava las manos y se purifica el corazón. Ningún rito que haga el sacerdote tiene sentido solo para él. En todos los ritos del sacerdote estamos todos adentro. Cuando el sacerdote besa el altar, toda la asamblea besa el altar.



En el número 1340 el catecismo dice: “Al celebrar la Ultima Cena con sus apóstoles, en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio sentido definitivo a la Pascua judía”. Todas las celebraciones judías encuentran su sentido en la Eucaristía.



REFLEXIÓN FINAL

La Misa dominical nos permite renovar semanalmente nuestra pertenencia al pueblo de Dios que es nuestra familia, a nuestro entorno, que sólo encuentra su armonía cuando Dios está presente con su amor oblativo. El domingo vamos a buscar como familia en la Pascua de Cristo la fuente de este amor oblativo. Se requiere una humildad profunda. El hombre no es capaz de amar así por sí solo. Por eso el domingo renovamos nuestra adhesión a la Pascua de Cristo y vamos a Misa para vivirla en familia. Todos los días rezamos, pero el domingo rezamos en familia, rezamos con la familia de la Iglesia por la familia humana.

No es lo mismo ir o no el domingo a Misa. Si no voy, no estoy haciendo esa ofrenda de vida a esa historia de salvación comprendida en el Credo. No estoy asociándome a la Pascua de Cristo, ni tomando de la Pascua de Cristo toda la gracia que me ofrece en el banquete de la Misa que Él nos prepara. Entonces hay que recibir de Dios la mesa como Él nos la prepara, la fiesta como Él nos la hace. Es el Señor el que nos prepara la fiesta, porque, es como que al participar de la Misa dominical le decimos al Señor estamos en tus manos, te dejamos nuestros problemas, vamos a tomar la gracia de la Resurrección en la liturgia, y mañana si aún persisten los retomaremos, pero hoy no hay problemas, hoy descansamos nuestro ser en las manos de Dios.




Foto del sitio Reina del Cielo





"Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios. En la Misa, es el mismo Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero,
el que se ofrece al Padre para remisión de los pecados de todos los hombres y
al mismo tiempo le rinde un Honor Infinito". 

Santo Cura de Ars

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